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FALLAS DE VALENCIA

Una caída de latiguillo

Jaral / Vera, Jesús, Blázquez,Toros de Manolo González, muy desiguales de presencia y comportamiento, mayoría Inválidos, 4º con trapío y poder. Los anunciados, de Jaral de la Mira, rechazados.

Juan Carlos Vera: estocada corta perpendicular muy baja (aplausos y saludos); primer aviso antes de matar, dos pinchazos, estocada atravesada, descabello -segundo aviso con retraso- y tres descabellos (aplausos y saludos). Gregorio de Jesús: bajonazo infamante y rueda de peones (aplausos y saludos); bajonazo escandaloso (aplausos y saludos). Víctor Manuel Blázquez: estocada (dos orejas); bajonazo (vuelta); salió a hombros.

Plaza de Valencia, 20 de marzo. 14ª y última corrida de feria.

Dos tercios de entrada.

El tercer toro le dio al armatoste de picar un arreón de latiguillo, y la caída del picador fue según mandan los cánones: de cabeza, por junto a los belfos del perplejo caballo y con vigoroso braceo buscando en el aire un asidero. La sonoridad del batacazo, en cambio, es imposible de calibrar, pues la ensordeció el griterío del público. Había en la plaza tremenda conmoción. La gente no está acostumbrada a que los toros derriben a los picadores (más bien está acostumbrada a lo contrario) y creyó que el hombre se estaba tirando por el Viaducto (que dicen en Madrid; en Valencia es desde el Micalet), y no acertaba a comprender los motivos.

El toro siguiente era más grande, poseía un trapío irreprochable, seriedad y cuajo, una musculatura que le tremolaba bajo el pelaje chorreao en verdugo, y teniendo en cuenta los antecedentes de la caída de latiguillo, el público no daba ni un duro por el armatoste de picar: "Lo tira a la primera"; "Lo tira de un bufido". Se cruzaron apuestas. Y se arrancó el toro, veloz como el rayo, hundió los riñones mientras apalancaba el peto con el testuz, romaneó el caballo campaneándolo en lo alto y naturalmente se vino a tierra el picador, aunque esta vez cayó de pie. Desmontar, se llama técnicamente la figura. Y la afición se sintió defraudada. No por animadversión a los individuos del castoreñito gracioso, sino porque una caída sin crujir de huesos contra la candente carece de grandeza.

"Ya hemos visto más que en toda la feria", comentaban los aficionados, y se intercambiaban parabienes. En el fondo tenían razón: toros que romaneen, no se ha visto ninguno en las tardes de figuras. Tampoco se han visto toros en sentido estricto, esa es la verdad; si acaso novillos, además inválidos. De donde la primera corrida de la feria vino a ser, precisamente, la última.

Y pudo comprobarse además, abundando en la paradoja, que con toros de poder, los diestros modestos no torean peor que las figuras con toros inválidos. A veces hasta lo hacen mejor. Víctor Manuel Blázquez, al del latiguillo, le prologó la faena mediante unos impecables estatuarios en el centro del redondel, y lo pasó después por redondos y naturales, de irreprochable factura. Juan Carlos Vera, al del desmonte, le enjaretó cuatro tandas de naturales, cuatro, que fueron de menos a más, y si no alcanzó el triunfo fue porque se puso a dar pases de todas las marcas, no acababa nunca, y le enviaron dos avisos.

Los restantes toros estaban inválidos y por eso las lidias respectivas resultaron devaluadas. Los dos ejemplares que correspondieron a Gregorio de Jesús parecían estar podridos y con sólo mirarlos rodaban por la arena. Algunos hasta se despanzurraban. A cada proyecto de muletazo, y a lo largo de las faenas enteras -que duraron lo suyo-, el voluntarioso espada no paraba de gritar: "¡Vámonos, vámonos!". Se le oía por toda la plaza. Pero no le hicimos caso y nos quedamos. A lo mejor le sentó mal.

"¡Vámonos!", debe de ser palabra mágica en la neotauromaquia, a la manera del tres-en-uno, que sirve para todo. Los banderilleros se la gritaban a los tres espadas, lo cual ponía en evidencia que tenían prisa por volver al hotel. Hubo uno que se salió por peteneras y le decía: "Pasadito, Gregorio, pasadito". Hubo en el tendido largo debate sobre el significado de la conseja, y la corrida concluyó sin que se llegara a ningún acuerdo. Y fue el público el que dijo entonces "Vámonos". Y nos marchamos con viento fresco.

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