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Que hablen las monjitas

Juan José Millás

Si Hipócrates levantara la cabeza, se moría del susto: el miércoles pasado un anciano agonizó a 60 metros de la clínica Nuestra Señora del Rosario, situada en Príncipe de Vergara con Juan Bravo. Se trata de una clínica de monjitas de la orden Hermanas de la Caridad de Santa Ana. De manera que si Santa Ana levantara la cabeza, se moría también, a menos que fuera atendida por Hipócrates antes de fallecer él mismo de un infarto. Eso es lo que le pasó al pobre de don Jesús Sagarberria, que le dio un infarto al lado mismo de un sanatorio de monjitas de la caridad, lo que no le evitó una agonía despiadada. A lo mejor las monjitas odian a Hipócrates porque fue el primer médico de la antigüedad que despojó a la enfermedad de sus adherencias religiosas.En efecto, para. Hipócrates la enfermedad era un proceso perfectamente natural al que el médico tenía que enfrentarse aprovechándose de la propia fuerza de la naturaleza. Quizá las monjitas de la Caridad de Santa Ana no han hecho el juramento hipocrático porque les parece que Hipócrates era un poco ateo, vaya usted a saber. O a lo mejor es que ahora la enfermedad es desde el punto de vista religioso, además de un castigo divino, una fuente de ingresos, es decir, un negocio. Y una cosa es la caridad y otra el negocio. O sea, que si te quieres morir cerca de un sanatorio privado has de realizar antes una provisión de fondos, no sea que luego la familia no quiera hacerse cargo de los gastos del anestesista.

No sé; no es fácil saber aún qué ha sucedido, porque las declaraciones del administrador del sanatorio son confusas: de un lado, según la crónica de Ana Llovet, afirmó que el médico de guardia no está autorizado a abandonar el hospital, según la Ley General de Sanidad. De manera que el médico de guardia puede asomarse a la puerta de la calle y contemplar la agonía de los transeúntes, siempre y cuando no atraviese la línea del umbral. Parece una cosa de niños: el pobre Hipócrates no había previsto la aparición de esta clase de mentalidad. Pero, por otro lado, este mismo señor dice que poco puede hacer un médico en la calle sin los instrumentos precisos. Después asegura que a las personas que pidieron ayuda al personal del sanatorio se les dijo que transportaran al accidentado. "Pero al parecer", añade, "estaban nerviosas y no se enteraron porque nuestro médico las estuvo es perando y no volvieron con el paciente". Fíjense qué cantidad de coartadas: que si la Ley General de Sanidad, que si la falta de instrumentos, que si los peatones son todos unos mantas que se ponen nerviosos enseguida. Entretanto, a la hora del suceso había en el interior del sanatorio tres médicos de guardia, cuatro anestesistas, dos equipos de cirugía, un equipo de ginecología, dos traumatólogos y 10 médicos más que pasaban consulta, todos muy tranquilos. Así que, vistas las cosas con distanciamiento hipocrático, las declaraciones del administrador parecen un con junto de tonterías meramente exculpatorias.

Ahora que a mí me importa un rábano lo que diga el administrador de Nuestra Señora del Rosario. A mí, a quien me gustaría escuchar es a las monjitas, o sea, a las dueñas del negocio. Verán, es que en ese mismo sanatorio han nacido mis hijos y quiero saber si tengo que ocultárselo. Porque si en Príncipe de Vergara sucedió el otro día lo que parece que sucedió, prefiero que se crean que han venido al mundo en un portal, o en un taxi, o que los trajeron de París: cualquier cosa menos que nacieron en un sanatorio de monjitas de la caridad que no atienden a nadie que no haya hecho una provisión de fondos. Lo juro por Apolo, médico, por Esculapio, por Higía y Panacea, y por todos los dioses y diosas a cuyo testimonio apelo. Con perdón de Hipócrates.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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