El triunfo de la voluntad
Hay una secuencia en La boda de Muriel, sorprendente ópera prima del australiano P.-J. Hogan, que resume la inteligente apuesta del filme: Mariel, ex Muriel, la rechoncha y acomplejada protagonista convertida en dependienta de videoclub, contempla embelesada, mando al ristre, una grabación de la boda del príncipe de Gales con Diana Spencer. Sus dedos pulsan el botón de paro, vuelven atrás la imagen para fijar con carácter definitivo la magnitud de la cola de la novia, los detalles de la carroza, los gestos de felicidad de los contrayentes.No menos simulacro es la vida de esta joven, una del montón, hija reprimida de un politicucho venal y pueblerino, miembro de una familia de parásitos inenarrables: amparada en las historias rosas que narran las canciones del grupo sueco Abba, fenómeno de masas todavía hoy en nuestras antípodas; encapsulada en un mundo de mentiras y complejos, Muriel vive un proceso que la llevará de los sueños a la realidad, de la negación enfermiza de su individualidad a la asunción de su papel en la vida., Y, en todo esto, la obsesión por casarse es no sólo una salida, sino la plasmación de la fuerza de voluntad que pondrá para que su vida no fracase: el ideal casamentero será no tanto lo que parece, sino el símbolo de una férrea autoafirmación personal.
La boda de Mariel
(Muriel's wedding)Dirección y guión: P. J. Hogan. Fotografia: Martin McGrath. Música: Peter Best. Producción: Lynda House y Jocelyn Moorhouse para Ciby 2000 y Australian Filin Finance Corporation. Australia, 1994. Intérpretes: Toni Collette, Bill Hunter, Rachel Griffiths, Gennie Nevinson, Matt Day. Estreno en Madrid: cines Pompeya e Ideal.
La boda de Muriel se presenta como una comedia ácida, cincelada por igual con el fino buril de la ironía y con el martillazo seco y tremendo del vitriolo. Sus personajes, incluida la propia Muriel, son casi todos desgraciados e insoportablemente cutres, un reflejo terrible de la sociedad del bienestar, versión australiana.
Pero no se piense que las conclusiones que se pueden extraer del filme revisten el carácter colorista y puntual del localismo: muy al contrario, sus personajes se demuestran universalmente válidos.
Hay un elemento que se erige en fundamental: el respeto que el guión de Hogan y su puesta en escena manifiestan siempre por su personaje. Muriel, a quien la desconocida pero espléndida Toni Collette hace realmente cercana y respetable, podrá columpiarse literalmente en el absurdo y el patetismo, pero su creador jamás la deja caer en ellos. Es más: por debajo de su personalidad de caricatura, Muriel se demuestra un sensible ser humano lleno de contradicciones y de renuncias pero capaz también de heroicidades, solidaridad y compañerismo Muriel se erige, así, en símbolo de nuestro tiempo, la mujer postergada que es capaz de alzarse contra la adversidad, de hacer triunfar su voluntad por encima de las mezquindades de una vida adocenada y sin sorpresas.
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