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Solidaridades que matan

Rafael Sánchez Ferlosio ha escrito que en ciertas mañanas el ánimo induce a correr a toda velocidad para presentar la propia dimisión irrevocable. Lo peor del caso -lo más angustioso- es que se acaba por ignorar dónde encontrar un organismo idóneo para recibirla.El 17 de febrero de 1995 puede haber sido un buen día para llegar a esa decisión. Ya no tiene que ver con la situación política que -mucho más tarde y chapuceramente que lo que habría sido deseable-ha sido, por lo menos, estabilizada hasta el próximo año. La nueva irrupción del caso GAL, aun descontada, nos coloca de nuevo en una situación de ánimo como la descrita, no tanto porque ponga en peligro al Gobierno o porque parezca un peldaño más en la escalada de culpabilidades sino porque da la sensación de descolocar a todo el mundo, incluso por encima de adscripciones ideológicas, y hacer olvidar a no pocos qué es lo esencial en este momento. Si en Francia durante el caso Dreyfus -abusivamente citado en las últimas semanas- lo decisivo fue corregir un error judicial y hacer posible la mejora del sistema democrático, en el caso GAL se trata de poner en claro un supuesto caso de terrorismo de Estado con ese idéntico segundo propósito.

Sobran, por tanto, manifestaciones y tomas de postura como las que han abundado en las últimas horas. Ahora ya parece una evidencia abrumadora lo injustificable del GAL, tan es así que el Presidente del Gobierno quiere presentarlo como el fin de un proceso cuando obedece a una situación cualitativamente diferente que fue el resultado de un ambiente y un momento. Todo el mundo ha olvidado que el esclarecimiento de los GAL fue una reivindicación temprana de sólo un puñado de personas que poco tenían que ver con la política profesional. Ni tan sólo un diputado de la derecha se estremeció hace años ante esta cuestión que ahora utilizan como ariete. En cambio, hemos visto ingresar en la normalidad cotidiana, con agente literario incluido, nada menos que a un asesino a sueldo. A la espera de que su evidente falta de arrepentimiento le devuelva allí donde nunca debió salir habrá que recordar que también es posible hacer objeción de conciencia, incluso para oírle, respecto de quien sólo tiene interés por sus declaraciones ante un juez.

Nadie pone en duda, en teoría, la independencia del poder judicial y todo el mundo debiera pensárselo dos veces antes de atacar a un juez. No tiene sentido que la prensa conservadora presente a Garzón como "chasqueado" en sus ambiciones políticas y "tratando de inculpar" al Gobierno. Lo que en otras latitudes habría hecho una institución de esa significación -y, además, precisamente por tenerla- es expresarse en el lenguaje de los dos últimos presidentes del Tribunal Constitucional. Tan impresentable es pensar que Garzón es el único juez que puede administrar justicia en España como que un diario está capacitado para actuar en ocasiones como el Consejo del Poder Judicial. Diluir el caso GAL porque puede hacer crecer a Izquierda Unida es un perfecto ejemplo de sujección de los medios al fin, cuyas consecuencias ya debieran ser conocidas.

No obstante, lo más absurdo de las últimas horas es la recogida de solidaridades políticas -incluida la de la Televisión pública- en favor del último encarcelado. Lo que está en cuestión no es toda la gestión de este personaje, sino hechos concretos respecto de los que no se ofrece el menor dato complementario. Lo que sabemos del caso GAL induce a pensar que quienes han practicado este tipo de solidaridad se la niegan a la Lógica al pretender que aquí no ha pasado nada y todo es producto de una conspiración. Además, al ofrecer una solidaridad política y no simplemente personal y humana, involucran al partido que, por boca de Julián Besteiro, dijo las palabras más duras de la historia parlamentaria española en contra del terrorismo de Estado. La llamada "responsabilidad política" -cuyo sentido parecen ignorar, al unísono, los señores Barrionuevo y Corcuera- sirve, entre otras cosas, para evitar que errores o responsabilidades individuales recaigan sobre colectivos. Cuando estos asumen los primeros demuestran una poco envidiable afición a la ruleta rusa.

Como en el artículo famoso, de Romanones sobre la neutralidad, con la solidaridad sucede que no es un remedio y a veces mata. O contribuye al suicidio.

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