Ser idóneos, quedar ilesos
La llegada al Gobierno sólo es posible después de cumplir los requisitos de idoneidad, propios del régimen político de que se trate; la permanencia en el Gobierno es inimaginable que pueda dejar a nadie ileso. La magnitud de las consecuencias depende mucho del tiempo pasado en esas responsabilidades. Los traumatismos resultantes unas veces son craneales y de pronóstico muy grave y en otras ocasiones son leves y apenas requieren hospitalización.Quienes acceden al Gobierno sufren presiones de las instituciones de hoja perenne, las que tienen voluntad de permanencia, las que llegan a formarse una cierta idea del país a la que quieren que se ciña la accción de quienes en cada momento están en el poder Ejecutivo. Además, cada día han de pasar el examen de la eficacia. El público la demanda de forma permanente e incompatible a propósito de las más diversas y enconadas cuestiones, que los medios contribuyen a simplificar de manera aterradora.
Asesinan los etarras y los prescriptores de opinión reclaman la restauración de la pena de muerte eliminada en, la Constitución. Siguen los estragos terroristas, se producen síntomas de indisciplina y abatimiento en las fuerzas de seguridad por la pérdida de sus hombres, y aparecen las recetas de acudir a la guerra sucia y aplicar la ley del Talión para devolver la moral a las fuerzas. Todo lo cual se adereza con oportunos ejemplos de los países de nuestro entorno político sin renunciar al club liberal que cada uno frecuenta.
Entretanto se demuestra que la batalla terrorista es una batalla por ganarse la voluntad de la población y que al final las acciones que contribuyen a legitimar el Estado de Derecho en el País Vasco son decisivas, mientras que cualquier transgresión de esos límites alimenta la espiral acción reacción y estimula el reclutamiento de nuevos reemplazos en las filas etarras.Y lo que muchos daban por sabido sin pruebas, empieza a plasmarse en forma de autos de prisión incondicional para antiguos responsables del ministerio del Interior, dictados por, un juez de instrucción ante el que han hecho sus deposiciones previas los ex policías condenados Amedo y Domínguez. La colaboración de estos individuos con el magistrado Garzón les ha dejado en situación más favorable. Ahora, bajo la nueva faz de arrepentidos, pueden inculparse con impunidad de cuantos delitos recuerden al liberarse de la grave amnesia padecida, siempre que en su nueva memoria sean certeros en las acusaciones a los superiores a quienes ahora trasladarán las responsabilidades como si la obediencia pudiera eximirles.
Algún ardiente defensor de la guerra sucia como antídoto contra ETA, según recuerdan sus colegas de entonces en la redacción de ABC, que como director de Diario 16 despachaba expeditivas recetas antiterroristas y propugnaba la pena de muerte para contener los crímenes etarras, fue derribado del caballo camino de Argel y descubrió que la solución era negociar lo que fuere; ahora piensa estar en condiciones de ajustarle las cuentas al Gobierno, Pero carece de sentido tacharle de incoherente porque se ha convertido en el árbitro moral, del mismo modo que no cabe emprenderla con Armani, árbitro de la elegancia, porque unas temporadas abrigue mucho a sus modelos y otras enseñe más sus cuerpos.
En todo caso, quienes están al servicio del Estado deben enorgullecerse de que se les exija más, sin pretender que se tenga con ellos la indulgencia dispensada a los etarras porque ese rasero sería deshonroso. Y para el público espectador sólo queda el consuelo del arco voltaico, cuya alta tensión antagónica entre ánodo y qátodo hace saltar la chispa a cuya luz se proyecta la dura película que vemos.
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