Bola negra
Decía Groucho Marx que jamás aceptaría ingresar en un club en el que lo admitieran a él como miembro. Un club cuya dirección no tuviera al menos un miembro con el sentido común de echar la bola negra del veto a su ingreso no habría de merecerle ningún respeto. La bola negra es una sabia Institución. Está establecida, entre otros sitios, en los clubes londinenses para evitar la presencia entre sus miembros de malas gentes por buen nombre o gran patrimonio que tengan. Es sabido que portadores de ilustres apellidos cuya genealogía se remonta a la batalla de Hastings de 1066 son capaces de comportarse como auténticos rufianes. A los que ingresaron en el club por vía familiar y lo hacen se les expedienta y expulsa. Pero para aquellos que alguien sospeche vayan a tener comportamientos tales y aún no son miembros se inventó este celebérrimo mecanismo de veto.Como todas las instituciones de los hombres -salvo las previstas por los nuevos regeneracionistas españoles que nos van a salvar en su segunda transición de una vez por todas- ésta de la bola negra es susceptible de ser utilizada de forma correcta, injusta o incluso con mala fe. Esto último es probable cuando la dirección del club no está compuesta por los hombres adecuados, sino por débiles funcionarios que no están a la altura de los fundadores de antaño. Pero es seguro cuando la dirección del club otorga voto y veto -bola negra- a gentes ajenas al club y resentidas contra sus miembros o los candidatos a serlo. Y cuando una sociedad pierde sus criterios o los delega en elementos ajenos al mismo renuncia a sus principios fundacionales.
Aquel que por amenaza del uso de la fuerza se erige en juez de la misión de los socios arrebata de hecho la soberanía al club. Y sin duda le pierde el respeto a la dirección y a los propios principios fundacionales de aquélla. Así, si Rusia mostró tras la caída del régimen soviético su respeto a las normas básicas que rigieron en la Alianza Atlántica durante cuarenta años fue porque ésta había hecho fracasar siempre con energía todo intento de la URSS de imponerle vetos a su política, el caso más claro y decisivo en la lucha entre los bloques fue la doble decisión aplicada a principios de los ochenta. Ahora la OTAN le ha permitido a Rusia dos bolas negras que pagaremos caras. La primera en Bosnia vetando su política a través de la ONU. La segunda al permitir a Rusia decidir sobre la ampliación o no de la propia OTAN. Con tantas debilidades en la alianza occidental a nadie debe extrañar que Yeltsin haya cambiado de prioridades y recurrido también en casa -hoy en Chechenía, mañana veremos- a los viejos recursos de aplastar las resistencias por la fuerza de las armas. La disuasión ya no existe.
El club lo está haciendo mal como nunca. Varios señores, durante décadas obligados por un mamporrero a vivir en condiciones infrahumanas y a olvidar formas, cubiertos y hábitos urbanos, logran liberarse. Los más aplicados logran educarse imitando al club de los refinados. Piden el ingreso en la sociedad. Allí tienen valedores. Y nadie duda de que algunos de ellos se portarán en los salones mucho mejor que algún otro que ingresó gracias a la condescendencia en la admisión que hubo en el pasado a causa de la competencia en la captación de socios con el club rival.
Ahora, el que fuera gran jefe de la banda de matones se permite echarles bola negra a los candidatos al club de las buenas maneras. Y la dirección lo permite y acata. Mala señal. Y eso que el peligroso personaje está medio sereno después de décadas de ebriedad. La recaída está en marcha -en agresividad expansionista tan frecuente como en alcoholismo (Chechenia es la primera copa del licor aiíejo)- es muy probable que pronto exija la cubertería de plata bajo amenaza de destrozar la cristalería del bar de socios. Nos lo habremos merecido. Por petimetres. Ya no se sabe si Rusia tiene enfrente a la OTAN o al Club de los Zánganos, creado por Wodehouse. Porque en algunos sitios, sea Belgrado, Pale o Moscú algunos se ríen ya de la Alianza más de lo que nadie jamás se ha reído con el genial humorista británico.
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