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De vuelta y media

En la parte final de Los cuadernos de Juan Rulfo (Era, México, 1994) aparecen algunos apuntes preparatorios de tres o cuatro conferencias. Uno de ellos, en contra de las modas literarias, es un ataque frontal a quienes dicen de continuo que esto o lo otro ya, no se lleva. Y al propio apuntador se lo llevan los demonios cuando siente la necesidad de escribir: "O todavía más, para comprender al escritor cubano José Lezama Lima hay que estudiar metafísica, vivir en actitud sacramental, practicar el yoga, conocer quién le puso música a La noche negra y tomar ácido lisérgico". Esperpentiza Rulfo un fervoroso círculo, en cuyo centro ya Borges había escrito que Paradiso, la gran novela del maestro habanero, era un puro "cuento chino que nadie entiende, pues ni siquiera se puede leer". Naturalmente, Rulfo tiende la oreja hacia las frases que construyen su propio mundo y que deben sonar, con claridad palpable, más o menos así: "Nunca hemos peleado bonito, patrón. Nos gustaría darnos un buen agarre con el ejército, a ver cuántos quedarnos". Lezama, en cambio, vivía fascinado por otras frases donde el aliento insiste en que también la oscuridad es audible: "Los guerreros pueden utilizar escarabajos grabados en relieve".En Un posible Onetti (Ramón Chao, Ronsel, Barcelona, 1994), el maestro uruguayo despotrica de todo lo divino y lo humano, de "la morralla" de los escritores "politizados" y de la escandalera asentada en lo vivencial: "Si el sucio borracho de Bukovski es un respetable escritor y un guía para la juventud de su país, ya todo es posible". Pero incluso llega a pensar, en alta voz, que mejor hubiera sido seguir la voluntad de Kafka y quemar todos sus manuscritos, no en balde repudiados por el fino olfato autocrítico del autor. O dice que de Góngora sólo le resultan soportables esos "poemillas que vienen en los manuales escolares", en la línea, añade, de "Hermana Marica,/ mañana que es fiesta...".

En Chile, el escritor José Donoso, antes de caer enfermo en Barcelona, había recibido un sin fin de homenajes oficiales a lo largo de todo este año. Como contrapunto, alguien que se proclama "transgresor permanente" y que en verdad se llama Enrique Lafourcade, manifestó: "No me gusta que el Estado envuelva con homenajes a sus intelectuales, porque esto nunca es gratuito, como lo señala el proverbio árabe que dice: "¿Por qué me humillas con tu generosidad?". En las recientes campañas de Nicanor Parra y José Donoso para el Premio Nobel -para el que ni siquiera fueron nombrados-, el gobierno gastó más de cien millones de pesos. Los dos escritores se sometieron jubilosos a un abrumador programa preparado por funcionarios del régimen". Y desde México, en la revista Proceso, el narrador Vicente Leñero traza un perfil perverso del autor de Coronación, donde lo pinta como un ser sediento de piropos y aplausos. Mas tiene Leñero la fragmentaria dignidad de recordar un artículo de Donoso, publicado en 1965, en el cual era sumamente crítico con el autor de Los albañiles: "(Vicente Leñero) reduce los jugos de la vida a experimentos geométricos, fascinantes ejercicios formales que suelen quedársele en el tablero de dibujo". Han pasado cerca de treinta años. Y el tablero se ha transformado en cuadrilátero de boxeo.

En España sentimos una predilección especial por esta clase de combates. Y el periodismo cultural acostumbra a vibrar lo suyo cuando la literatura pura y dura, al parecer sosuela y amuermante, suelta una chispa áci da de "humanidad". Eso, junto a los precios de los cuadros, el compromiso del intelectual, la sociología de los premios literarios y la aparición de alguna gotera en una biblioteca municipal, da para que, a la hora de los epílogos, los chistes de Jaimito se tomen por materia quevedesca y el arrebato acursilado de la réplica parezca bella espuma gongorina. Pero ello no impide que el juicio has ta enconado de un autor sobre otro, más que enturbiar la imagen del segundo, ayuda a establecer la del primero. Quedarse ahí, con ser tal vez muy poco, sería ya erivdiable entendimiento y no la proverbial tracamundana.

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