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Las vísperas de Aznar

Celebramos 16 años de la Constitución de 1978, acontecimiento que los politólogos señalan como fin de la transición desde la dictadura franquista a la democracia de la Monarquía parlamentaria. Hubo un cambio del autoritarismo a la legitimidad democrática, respetando la legalidad y promoviendo capacidades de diálogo inéditas- entre los españoles que, por una vez, frustraron a tantos hispanistas, ávidos como siempre de nuevos éxitos editoriales, a costa de nuestras guerras civiles y demás peculiaridades indígenas.Los españoles en esta singular ocasión desertamos de comportarnos como mediterráneos pasionales y nos abstuvimos de emprenderla los unos contra los otros, según las normas del paroxismo tan celebrado como constitutivo del genio de la raza, y adoptamos el frío y pragmático comportamiento de los ribereños del Báltico, para desesperación de Julio Cerón y contraviniendo las prescripciones de ruptura a todo trance, que administraba Antonio García Trevijano con el que, por esta causa, España desde entonces ha quedado en deuda.

Ahora las vísperas, más o menos inminentes, que se barruntan de la victoria electoral del PP y del acceso de José María Aznar, a la Moncloa, han encontrado expresión editorial bajo el excesivo título de "la segunda transición", en la que nadie querría embarcarse si hubiera de ser para el regreso al punto de partida.

El recuerdo de otras vísperas puede ser ilustrativo. Las que vivió a partir de 1981 el PSOE, cuando empieza a saberse alternativa al gobierno declinante de UCI) y se esfuerza en transformar el carácer abrupto con el que venía ejerciendo la oposición. Entonces decide el PSOE aplicarse a demostrar que todo es posible si se consensúa con ellos, que propuesta alguna progresará sin su placet. Por eso, el lema propagandístico "OTAN, de entrada no", hubiera podido formularse con mayor exactitud en los términos de "OTAN, sin nosotros imposible".Además el PSOE se esforzó en prodigar garantías a las instituciones que más podían recelar de su llegada al Gobierno. Multiplicó sus contactos con la Iglesia por si todavía persistía el olor a chamusquina de la quema de conventos, avanzó su reconocimiento a la labor educativa y asistencial de las organizaciones religiosas y dejó fuera de dudas que alcanzarían la debida compensación en los Presupuestos Generales del Estado.

A las Fuerzas Armadas se dedicaron pruebas de aprecio e interés hacia sus misiones y tareas, se hicieron patentes los propósitos de mejorar las dotaciones y los equipamientos y se hicieron los guiños correspondientes para que se supiera que el reingreso de los oficiales separados por su pertenencia a la Unión Militar Democrática quedarla aplazado sine die.

Los grandes de la Banca supieron por boca de Felipe González y de Miguel Boyer que el programa socialista ex cluía cualquier proyecto de nacionalización, un objetivo que sin embargo figuraba en el punto 28 de, la Falange, dentro de un ideario en el que se habían formado muchos efectivos centristas. Y los grandes cuerpos de funcionarios del Estado, recibieron también cariños y seguridades sobre el papel que se les iba a reservar en el cambio.

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Por el contrario, en las vísperas aznaristas y populares que ahora vivimos, el PP sigue esparciendo recelos incluso en los círculos que le son más connaturales y provocando actitudes de resistencia en quienes sin afiliación ni militan cia alguna atribuyen al PP las peores intenciones de que alardean sus propagandistas oficiosos siempre activos nunca desautorizados.

Además, González no jugaba al padle, como hace Aznar con Pedro Jota. Y de esos sudores conjuntos algunos presagian confusiones lamentables. Es preferible, como reveló en las tertulias hispano-británicas de Sevilla Leopoldo Calvo. Sotelo, remontándose a un encuentro en Argentina de José Ortega y Gasset con Victoria Ocampo, que cada un¿ se aplique a sus propias tareas. Parece, en efecto, que don, José interrumpió un paseo, que ya duraba horas, de elevada y encendida discusión filosófica para proponer a su interlocutora hacer el amor. Doña Victoria requirió al maestro para continuar su plática, arguyendo que el amor ya lo hacía con su jardinero.

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