Grande y esencial
La decimoquinta edición del Festival de Jazz de Madrid se encontró, de rebote, con un concierto impresionante, casi perfecto, justo en su última parada. Una afortunadísima circunstancia. En principio estaba previsto la actuación de Andy Summers y John Etheridge para el cierre de un programa que ha presumido de ecléctico y se ha revelado confuso, y, lo más grave, escasamente ilustrativo de las tendencias actuales del jazz.Michel Petrucciani salió decidido a ganarse un puesto de titular en la próxima edición y a redimir faltas ajenas con un recital de dimensiones catedralicias, magno, denso y esencial, basado en una efectiva -no ficticia- diversidad de enfoques rigurosa y amablemente conjuntada. A consecuencia de una grave enfermedad ósea, el francés apenas levanta 80 centímetros del suelo, pero su estatura pianística es colosal.
Michel Petrucciani
Michel Petrucciani (piano). Madrid. Círculo de Bellas Artes. Día 3 de diciembre.
Petrucciani no dejó ni terminar los aplausos de bienvenida. El segundo pase de su cita madrileña empezó con un ejercicio de improvisación pura sobre las armonías de Autumn leaves. Un emotivo Round midnight abrió un segundo bloque en recuerdo a Thelónious Monk, coronado con un soberbio blues, y anunció la hora de Bill Evans, poderoso referente reconocido por el francés. A partir de las enseñanzas del maestro, Petrucciani ha modelado pacientemente un concepto casi rapsódico de la intensidad y un lirismo particular de efecto fulminante. La maravillosa Nardis, una pieza compuesta por Evans que debió de gustarle tanto a Miles Davis que no tuvo reparo en autoatribuírsela, llenó la noche de recuerdos frescos y dulce nostalgia.
Babelia
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