EE UU y Cuba, una solución política
Nunca había tenido Estados Unidos una oportunidad de oro así para llevar a Cuba a la mesa de negociaciones. Y sin embargo, no la aprovecha, prueba de la política tan increíblemente corta de miras que sigue la actual Administración de Washington.Cuba atraviesa por serias dificultades. La crisis económica, exacerbada por el embargo estadounidense, ha llegado ahora a tal punto que hace peligrar las posibilidades de supervivencia de la población. La decisión de los rusos de interrumpir el suministro de petróleo -a consecuencia de la incapacidad de los cubanos para pagar la factura con sus exportaciones de azúcar- reduce casi a cero cualquier posibilidad que quedara de mantener el statu quo. Los cambios dentro del régimen están ya en marcha, aunque las autoridades cubanas les quiten importancia.
Pero uno tiene la impresión de que la Administración estadounidense se niega también a mirar cara a cara la realidad, de que todavía no se ha dado cuenta de que vivimos en un mundo diferente al de la guerra fría. Sé muy bien que los asuntos internacionales tienen a menudo un papel meramente secundario en la política estadounidense, pero temo que una de las razones de la falta de éxito de los demócratas y de Clinton en las recientes elecciones sea una desilusión generalizada del electorado que se extiende también a la política internacional.
En lo que a Cuba se refiere, la línea dura adoptada por Washington -plasmada en un embargo que dura ya décadas- estaba al menos justificada pro forma, a ojos de los estadounidenses, por la llamada amenaza mundial del comunismo. Pero ahora todo el mundo ve claro que esa justificación ha dejado de ser válida. Sin embargo, el presidente Clinton sigue blandiendo la espada del embargo, utilizando ahora el argumento de que Estados Unidos tiene la obligación moral de imponer Gobiernos que, en su opinión, sean democráticos y respetuosos con los derechos humanos. Es una línea de razonamiento a la vez obcecada e insincera. No hay más que fijarse en la forma en que el presidente Clinton ha decidido cínicamente adoptar diferentes criterios siempre que ha pensado que podría ir en interés de Estados Unidos. Compárese, por ejemplo, la actitud de Washington hacia La Habana con su actitud hacia Berlín o Piongyang. Así que no es una cuestión de grandes principios, sino, pura y simplemente, una cuestión de intimidar a la parte más débil, siempre que haya la posibilidad de conseguir algo con ello. Washington ha dado muestras de flexibilidad mental al enviar sus propios intermediarios a negociar soluciones políticas; por ejemplo, en Haití, donde el ex presidente! Carter llevó a cabo con brillantez iniciativas diplomáticas "informales".
Los expertos de Washington explican que Fidel Castro no debería "salvarse" y que cualquier negociación con él equivaldría a prolongar la vida de su tambaleante régimen. Pero dejan sin responder dos series de preguntas fundamentales, especialmente significativas para cualquiera que afirme estar comprometido con los derechos humanos. La. primera de ellas es: ¿hasta qué punto perjudicará la línea dura no sólo a Fidel Castro, sino al pueblo cubano? ¿Qué sufrimiento individual y colectivo va a imponer Washington a la población cubana para afirmar un "principio" que, como señalaba antes, está lejos de ser cristalino y fuera de toda sospecha?
La segunda es: ¿está realmente convencido el presidente Clinton de que sólo con el embargo -llevado hasta un punto en que la sociedad cubana se desplome finalmente- podría llevar la democracia a Cuba? ¿Están realmente convencidos los asesores de Clinton de que esa política favorecerá una transición pacífica a la democracia? ¿No les preocupa que puedan estar favoreciendo, aunque no sea intencionadamente, la solución más traumática, que no dejaría margen para ningún grado de democracia en mucho tiempo?
Sin embargo, independientemente de la opinión que tenga uno del régimen cubano y del hombre que lo dirige, no se puede olvidar la historia cubana. El nacimiento de la nueva Cuba se produjo como protesta contra un régimen dictatorial por el cual Estados Unidos fue en gran parte responsable. En aquel momento, la "mano de Moscú" no intervenía para nada. Y lo que vino a continuación, el establecimiento de estrechos lazos entre Cuba y el "bando socialista", fue en gran medida consecuencia de la polarización en dos bloques.
Además hay que evitar una simplificación excesiva. Es un error empezar dando por hecho que todo el país está contra Fidel Castro. No hay duda de que toda la población quiere un cambio, pero eso no significa que todos quieran el mismo cambio ni que Fidel no tenga ningún apoyo. A Washington no debería cegarle el deseo de venganza contra el régimen y sus líderes. Un deseo así puede ser un estorbo para la razón y para la capacidad de ver la realidad.
Está claro que una solución pacífica requiere negociación. El obstáculo que representa la objeción de Cuba a cualquier "injerencia extranjera" puede ser superado siempre que haya voluntad -por ejemplo, con los buenos oficios de la Organización de Estados Americanos (OEA)-. Sé por experiencia directa que muchos líderes latinoamericanos recibirían con entusiasmo un planteamiento así. En cualquier caso, podría iniciarse una fase de transformación democrática durante el proceso de negociación, conforme las dos posturas se vayan aproximando. Al mismo tiempo, la participación de la OEA sería bien recibida como señal de que EE UU respeta a sus. vecinos latinoamericanos.
Por desgracia, Estados Unidos, en este caso tanto como en su relación con las nuevas democracias de Europa central y con Rusia, sigue recelosamente anclado en el clima de la guerra fría y en el orgulloso papel que asumió corno único intérprete y ejecutor de: las aspiraciones del mundo libre. Pero ¿no entendió el presidente Clinton el significado del aislamiento total de Estados Unidos (con la única excepción de Israel) en la reciente votación de la ONU? Es cierto que no es la primera vez; pero, en el pasado, Washington siempre podía encogerse de hombros y explicar a sus amigos y aliados que su papel era defenderlos, incluso en los casos en que éstos no alcanzaban a entender el cómo y el porqué.
Ahora, sin embargo, han cambiado demasiadas cosas en el mundo corno para que EE UU siga encogiéndose de hombros. El papel mundial de EE UU no puede fortalecerse ni mantenerse únicamente sobre la base del poder y de las recetas fáciles y buenas para todo. Ahora se necesita una visión a largo plazo y razonamientos sensatos, y no vendría mal inyectarle a la política exterior estadounidense una fuerte dosis de realismo y moralidad, cosas que por ahora están completamente ausentes.
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