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Cobardía

Jorge M. Reverte

El señor diputado deja que su espléndida humanidad se desparrame por el sillón. El señor diputado asiste a una fiesta informal en casa de unos amigos. Tiene una estupenda sensación de relajo y nadie habla de política. Para colmo, le han servido un whisky de su marca favorita. El señor diputado va a encender un cigarrillo de su marca favorita cuando alguien le pasa un porro. Nunca ha sido un mojigato, aunque nunca abusó del hachís. Duda un momento y toma el canuto. Da un par de caladas ayudado por el whisky algo aguado y se lo pasa al vecino de sofá. Se relaja.El señor diputado discute en los pasillos del Congreso sobre el tema que otro diputado ha sacado a destiempo. No se pueden legalizar las drogas porque son perjudiciales, no hay manera de controlar el consumo y, sobre todo (no hay que olvidar que se trata de un hombre de progreso), no puede decidir un solo país semejante cosa. O deciden todos a la vez, o se llena España de drogadictos.

El señor diputado no se para a analizar que hubo algún país donde se votó por primera vez que el divorcio era un derecho; que hubo un país donde se votó por primera vez que el aborto era un derecho. En los demás, las parejas se deshacían cayendo en la abyección, y las mujeres sin medios se desangraban atendidas por las perejileras. El derecho a drogarse lo deja el señor diputado para quienes se enganchan al alcohol y al tabaco.

El señor diputado, que se comporta como una persona decente en otros temas, hace gala de una tremenda cobardía moral al no atreverse a intentar que éste sea el primer país donde los ciudadanos puedan responsabilizarse de sus opciones personales; el primer país donde no sea posible adulterar la heroína y donde no quepan las mafias asesinas. En nuestro país hay poca gente con valor para acabar con el tráfico de drogas por la única vía posible: meterlas en el mercado y someterlas a control sanitario.

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