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"La vida nunca está de moda"

Una selección de sus 50 años de prolífica poesía -realizada por el crítico Arturo Ramoneda- compone el esclarecedor volumen Ángel Crespo. Antología poética (Alianza Editorial), presentado anoche en la Residencia de Estudiantes. En la mañana, lluviosa, encapotada, que le daba al cielo tras la vidriera el toque pétreo y cosmopolita de las ciudades por él cantadas -sobre todo, Lisboa y Florencia, pero incluyendo también la tonalidad confundida de plumaje y nube en La paloma de Helsinki-; Crespo se sentía peculiarmente contento por verse retratado al fin, de un modo tan exhaustivo, él solo, como siempre reivindicó. Se sentía -parafraseando otro de sus títulos- como el ave en su aire, al punto de atajar: "Hoy es día de celebraciones; no me mente usted al diablo". El diablo es la posición que ocupa la personalísima voz de Ángel Crespo (Ciudad Real, 1926) en el panorama de la poesía española, tratado siempre de "inclasificable", aunque incluido en la nómina de las más diversas promociones. "Sé que suena a tópico pero, yo sólo me debo a la soledad sonora. Mi caso, como el de algunos otros, es revelador de la inoperatividad de las nóminas generacionales. Siempre me han parecido ficticias todas ellas, porque su única base real es la biología, ni siquiera, la biografía. Otra cosa muy distinta es la existencia de grupos de poetas, que es un fenómeno irirelevante a efectos literaríos", señala.

Distancias

Su foraneidad perpetua, en un largo peregrinaje por universidades europeas y americanas como catedrático de Literatura Comparada, ha jugado un papel decisivo en la sugestiva "transversalidad" de su poesía, a la vez simbólica y realista, alegórica, metafísica y vanguardista. "Mi distanciamiento ha sido doble. Por un lado, obviamente físico que tal vez ha contribuido a mi ensimismamiento. Pero también ha habido otro exilio, interior, que es, enfrascarme en los mitologemas de partida. Leyendo esta antología he podido comprobar que, pese a las diferencias de registro, apenas he cambiado en mi convicción de que la realidad entera -como se llamará, por cierto, mi próximo libro- es una sola y transcendente y es en sí misma objeto de una posible creación mitológica. He rehuido todas las modas poéticas, y también el relumbrón social. Y en ese sentido, estoy encantado de parecerme a la vida misma, que nunca está de moda ni está a la moda".Erudito y amablemente díscolo, Crespo tiene el cabello acorde con su apellido, y las pobladas cejas de brujo de la tribu como un par de alertadas ces con cedilla, probablemente moduladas, por su incansable devoción por la cultura lusitana. Traductor de numerosos poetas en aquella lengua, es entre los españoles el pessoano por excelencia. "Responde a una de esas devociones que uno se encuentra con tal de no buscarlas. Me topé muy joven con Pessoa y aquí seguimos, de la mano, como en una de esas asociaciones vitalicias de origen inopinado", explica Crespo. También ha traducido a Dante, cuya noción de unidad y fuego, contraviniendo a Parménides con Heráclito, es clave en su propia cosmovisión poética. "Dante hablaba de contemplar con amor en un libro encuadernado 'lo que en el mundo se desencuaderna'. Yo coincido con esta visión: todo es uno, y la misión de la poesía es velar por ello, desmantelar la diversidad aparente. Acordar con su ritmo el ritmo unitario de la naturaleza. Frente a ellas dos, la poesía y la realidad, se impone el poder del fuego, su tremenda ambivalencia originaria, como calor y luz pero también como aniquilación. El fuego no es sólo una metáfora sino aquello que rige todas las metáforas".

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