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La resurrección de Bill Clinton

La popularidad del presidente de EE UU se dispara tras sus éxitos en política internacional y económica

Antonio Caño

No podía imaginarse mejor escenario que Tierra Santa para asistir a la resurrección de Bill ClInton. Todavía estaba el presidente en Jerusalén cuando llegaban noticias espectaculares sobre la economía estadounidense: más crecimiento, menos inflación, más puestos de trabajo, mejores salarios. "Esto es el resultado de la colaboración entre el sector privado y nuestras políticas", se apresuró a comentar. Después llegaría la patriótica convivencia con las tropas en el frente de Kuwait. Antes había sido el acuerdo entre Israel y Jordania. Antes aun el retorno de Haití a la democracia, la retirada de la amenaza militar iraquí y el compromiso de desnuclearización alcanzado con Corea del Norte.

No es extraño, por tanto, que el respaldo a la gestión del presidente haya aumentado siete puntos en una semana -hasta situarse en el 48%, según dos encuestas diferentes- y, sobre todo, que el número de norteamericanos que valora positivamente la actuación de Clinton supere, por primera vez en muchos meses, al que la critica. "Todo se está moviendo en la dirección adecuada y en el momento preciso", ha dicho el vicepresidente, Al Gore.

¿Es fruto de la suerte o del trabajo bien planificado? ¿Es temporal, como otros buenos momentos vividos por Clinton en el pasado, o marcará el camino hacia la reelección? De momento, puede servir para que las pérdidas que los demócratas experimenten en las elecciones parciales y locales del 8 de noviembre no sean tan dramáticas como se temía.

Tabla de salvación

Muchos candidatos demócratas que negaron a Bill Clinton hasta hace unos días intentan ahora pegarse a él como tabla de salvación. "Un par de semanas atrás yo estaba liquidada, ahora estoy a cuatro puntos de mi rival republicano", ha comentado Marjorie Margolies, aspirante a la Cámara de Representantes por Pensilvania. Sin apenas descanso en Washington, el presidente recorrerá esta semana el país con ánimo de aprovechar su buena estrella y de traspasarles la suerte a los contendientes demócratas.De repente, Bill Clinton se ve distinto, más consistente, más seguro de sí mismo. En una palabra, más presidencial. Durante esta agotadora gira por Oriente Próximo no se le ha visto ningún día en correrías matutinas con esos feos calzones ajustados. Ha hecho más esporádica la relación con la prensa. Dice lo que quiere decir y cuando quiere decirlo. Ha recurrido más a los discursos desde el podio y son menos frecuentes los contactos informales con el público. El autor de esa estrategia es el jefe de Gabinete de la Casa Blanca, Leon Panetta, quien desde que llegó a ese cargo, el pasado verano, ha ejecutado una profunda transformación del estilo de trabajo en la presidencia.

Los éxitos legislativos del primer año de presidencia demócrata fueron bastantes, aunque mal publicitados. El segundo año, sin embargo, ha sido un desastre en esa materia por culpa del permanente obstruccionismo de la oposición republicana. Han sido, por tanto, la economía y la política exterior los factores claves de la resurrección. Una encuesta de Gallup refleja que el 54% valora a Clinton por sus logros económicos, mientras que un 23% le da su respaldo principalmente por el buen manejo de los problemas internacionales. El apoyo a sus resultados económicos es un premio esperado y previsible para una presidencia que prometió concentrarse "como un rayo láser" en esos temas desde el principio de su gestión. Los buenos índices dados a conocer son consecuencia, según Clinton, de "la determinación del Gobierno para reducir e¡ déficit, aumentar la inversión en áreas críticas, expandir el comercio y promover agresivamente los intereses económicos de Estados Unidos en todo del mundo".

El éxito de la política exterior es más sorprendente. Clinton, que era un neófito en la, materia, siempre sostuvo que para ser líderes del mundo era. necesario primero ser fuertes en casa. Los acontecimientos recientes le han hecho cambiar de opinión. Clinton parece haber entendido que la actividad internacional le permite no sólo ocupar diariamente las primeras páginas de los periódicos, sino ganar estatura como dirigente, credibilidad y dignidad presidencial.

Bill Clinton se había hecho demasiado común, demasiado cercano a los ciudadanos como para que le respetasen como jefe de Estado. La política exterior le da solemnidad y le permite distanciarse de los asuntos internos más espinosos, como Whitewater o los líos de faldas, que tanto le debilitaron en el pasado.

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