Un cascarrabias

A Strindberg se le puede odiar mucho: fue cascarrabias, misógino, resentido y loco. No creo que se deba odiarle tanto como Chete Lera al componer su personaje en La noche, de las tríbadas, de Enquist; o como el director de la obra, José Luis Saiz, al marcar la interpretación. Como de los dos sé que trabajan de otra manera -Chete Lera es muy buen actor, muy primer actor-, imagino que es una manera de ver el personaje y su estancia en la vida; la misma dirección sufre el otro actor, Joaquín Notario; y escapan de ella las dos mujeres, Laura Cepeda, también acreditada, y sobre todo Ana Labordeta, que es a quien mejor se escucha y se ve.La obra denigra a Strindberg desde el punto de vista feminista; cuenta una anécdota más bien lamentable de su vida, y le sitúa durante un ensayo de La más fuerte, que es un excelente monólogo (aquí lo hizo Irene Gutiérrez Caba; y esta obra, el Lliure en un lejano festival), en el cual los personajes o sea, el autor- descubren más miserias de Strindberg. Creo, por el recuerdo de la lectura y de otras interpretaciones, que hay una exageración manifiesta en la dirección que conduce a la interpretación destructiva de la figura del "híjo de la sierva", como tituló Strindberg parte de sus memorias (aquí se atribuye la filiación de la servidumbre a otro personaje). Lo malo es que también destruye al actor con sus tics, sus excesivos movimientos nerviosos, su irrealismo. Prescindiendo de las filiaciones, si se puede, queda una obra densa, existencialista, agresiva, fuertemente dramática. Un buen teatro.