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Manchester, Valencia

La pugna entre Norman Foster y Santiago Calatrava tiene la emoción, la belleza y la violencia del fútbol europeo. Dos grandes oficinas de arquitectura e ingeniería compiten por los mayores proyectos del continente con la energía, el talento y la implacable determinación del deporte de élite. El británico, nacido en Manchester en 1935, tiene a su favor la edad y la dimensión de la plantilla: 250 personas; el español, nacido en Valencia en 1951, parte irremediablemente como challenger, tanto por su juventud como por el menor tamaño de su equipo: 40 colaboradores. Pese a la desventaja inicial, el valenciano ha tenido un comienzo fulgurante en las grandes ligas de la arquitectura. Desde los primeros proyectos suizos hasta la estación de Lyón-Satolas, un pájaro de hormigón y acero inaugurado por Balladur este verano, hay apenas una década de éxito vertiginoso que le ha llevado a construir en América y a exponer en el MOMA antes de que lo haga el británico. Éste, que ha recibido todos los honores y casi todos los premios, el autor del emblemático e influyente rascacielos del Banco de Hong Kong y del galardonado aeropuerto de Stansted, ha visto cómo una joven oficina emergía arrolladora en las pistas exclusivas de la alta competición. Durante los últimos años España ha sido teatro privilegiado de esta rivalidad profesional y estilística. Calatrava construyó en 1987, en Barcelona, el puente de Bach Roda, y ese icono veloz ingresó inmediatamente en la publicidad televisiva como imagen cabal de un país acelerado y próspero; su posterior torre de Telefónica en Montjuic no tuvo un éxito comparable, y la esbelta torre de telecomunicaciones de Foster en Collserola se levantó, en cambio, como un símbolo rotundo y liviano de la Barcelona olímpica. En compensación, Calatrava tuvo la oportunidad de construir el emblema de la Sevilla de la Expo con el arpa lírica del puente del Alamillo, y a partir de entonces sus caminos peninsulares no han dejado de cruzarse: si Foster realiza el metro de Bilbao, Calatrava proyecta el Aeropuerto de la ciudad; si Calatrava va a levantar en Valencia el Museo de la Ciencia y una torre de más de trescientos metros, Foster construirá su Palacio de Congresos, y si Foster consigue el encargo de la torre de comunicaciones de Santiago de Compostela, Calatrava obtiene simétricamente el de la torre de comunicaciones de Alicante.El conflicto del Reichstag berlinés ha sido el último episodio de este enfrentamiento desigual y hermoso entre un británico exacto y un español genial. Sobre el césped minado de la política alemana, el pragmatismo eficaz de Manchester ha sabido calibrar los bizantinismos simbólicos de una ciudad herida mejor que la inspiración luminosa de Valencia. Pero la competición no termina en Berlín, y los dos equipos seguirán encontrándose en los campos europeos. Si hay fortuna, el propio Madrid que estos días acoge exposiciones de la obra de ambos será escenario de las próximas competiciones de este deporte apasionado que es la arquitectura de los grandes proyectos. Las ampliaciones del Prado y del aeropuerto de Barajas merecen la presencia de los mejores jugadores, y si las cosas se hacen como es debido, tanto Foster como Calatrava estarán entre ellos.

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