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Contradicciones cosmológicas

Nuevamente un hallazgo científico parece desbaratar ideas que parecían sólidamente establecidas, en este caso el modelo generalmente aceptado de universo en expansión o, al menos, alguno de sus principales rasgos. Se trata de la medida reciente de la llamada constante de Hubble, que relaciona la velocidad de expansión de las galaxias con la distancia a que se encuentran de nosotros. Del valor de dicha constante, rebobinando hacia atrás en el tiempo, puede extraerse información acerca de la edad del universo; o si se quiere ser menos ambicioso, información acerca del tiempo que ha transcurrido desde que el universo era tan caliente que la materia no podía existir en la forma ordinaria que hoy conocemos, la que conforma seres vivos, planetas, estrellas y galaxias.Las primeras mediciones de dicha constante parecieron implicar un universo muy joven, más joven, de hecho, que algunos de los objetos que obviamente contiene, como es el caso de algunas estrellas, cuya edad se estima en unos 15.000 millones de años. Esas estrellas parecían haberse formado mucho antes de que existieran las condiciones para ello, en particular mucho antes de que existiera el universo mismo

Como puede imaginarse, estimar con precisión la constante de Hubble y, en consecuencia, la edad del universo no es tarea baladí, ya que requiere conocer distancias y velocidades de galaxias lejanas. Así que nuevas mediciones más precisas restauraron la consistencia interna del esquema al proporcionar valores que alargaban confortablemente la edad del universo más allá de la de las estrellas más antiguas. Evidencias posteriores y mediciones suplementarias e independientes fueron consolidando un escenario coherente.

Pues bien, una nueva medición que hace uso de técnicas precisas, publicado en los últimos días, parece retrotraernos a tiempos de confusión que parecían ya superados. Y es que dichas medidas sugieren, con las hipótesis del modelo comúnmente admitido, una edad del universo entre 7.000 y 11.000 millones de años, demasiado corta para que las estrellas en cuestión hayan tenido tiempo de formarse.

Como ya tuve ocasión de advertir en estas mismas páginas, ante una noticia semejante conviene no perder la calma y no pensar que todo está perdido. El popperismo superficial nos llevaría a la conclusión de que la teoría debe ser abandonada inmediatamente, ya que el resultado de una observación la contradice. El desarrollo cotidiano de la ciencia aconseja, sin embargo, más prudencia.

En efecto, es frecuente que se produzcan resultados experimentales que parecen contradecir las ideas teóricas en vigor. Algunas veces esos resultados son el fermento de revoluciones o de revisiones de las ideas aceptadas para sustituirlas por otras más ajustadas a la evidencia empírica. Pero también ocurre que tales resultados permanezcan aparcados durante cierto tiempo en espera de que puedan explicarse satisfactoriamente o de que nuevos datos en el mismo sentido se vayan acumulando y hagan inevitable el proceso de revisión teórica.

Lo usual es que se analicen con extremo cuidado los experimentos en cuestión, se realicen otros nuevos y se intente integrarlos en el esquema teórico aceptado. Sólo si un resultado preliminar es confirmado suficientemente debe buscarse una alternativa más en consonancia con los nuevos datos -y con todos los preexistentes- Eso no quiere decir que la observación que acaba de hacerse pública no sea importante, y menos aún que sea incorrecta. Quiere decir que va a generar un vivo debate en el que se integrarán nuevas observaciones y nuevas interpretaciones de esa misma observación antes de abandonar el modelo de universo construido a lo largo de varias décadas de trabajo experimental y de elaboración teórica.

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