No matar
Cuando un dirigente del PNV dice en un mitin que el Estado español tiene un problema político porque hay 600 presos de ETA a quienes no puede tratar como delincuentes, está expresando dos convicciones de las que participa quizá un amplio sector de la sociedad vasca. La primera, que ETA no es un problema de Euskadi, sino del Estado español; es al Estado español al que le ha surgido ese problema, no a la sociedad vasca. La segunda, que los presos de ETA no son delincuentes.Un discurso político es tan elocuente por lo que dice como por lo que calla. El orador en cuestión se guarda de decimos qué son los presos de ETA; sólo define lo que no son. Tampoco recuerda lo que hacen o han hecho: matar a ciudadanos; simplemente evoca la situación en la que se encuentran: presos. Todo eso tiene, pues, el aire de una justificación, de una comprensión. El PNV comprende, siempre ha comprendido, a ETA, a esos vascos que están presos aunque no sean delincuentes. Y en el mismo acto de comprender a ETA se desliza una condena del Estado español: ¿qué cosa es, en efecto, un Estado que encierra en la cárcel a 600 no delincuentes?
El PNV afirma, pues, que los presos de ETA no son delincuentes y calla que son terroristas, lo cual quiere decir que el terror no siempre es delito, que en ocasiones puede entenderse y explicarse. Recuerda tanto esta música a la interpretada por eminentes intelectuales en los años cuarenta para justificar el terror soviético que no puede dejar de producir algún escalofrío. Cuando el terror se situaba en el sentido de la historia y se movía en la dirección del objetivo final -la dictadura del proletariado, la realización del socialismo-, no sólo no era una acción criminal, sino que podía explicarse políticamente: aunque subjetivamente las víctimas del terror estalinista fueran honestas, objetivamente eran culpables; su ejecución, incomprensible según las normas hipócritas de la sociedad burguesa, podía sin embargo explicarse según los altos fines de la revolución proletaria.
Un razonamiento similar esconde tras la afirmación de que los presos de ETA no son delincuentes porque no matan para enriquecerse ni por beneficio personal, sino por un ideal político. El valor de lo político radicaría así en la intención y en la presunta eficacia de la acción, sea cual fuera su contenido moral; y el rechazo, más que la condena, de la violencia -eufemismo por asesinato o matanza- no se haría en nombre de las víctimas y de los valores morales pisoteados, sino porque se ha mostrado inútil para el objetivo final y porque arruina al propio País Vasco, cuando no porque algún "atentadito" -colmo del sarcasmo- hace el juego a los de Madrid -colmo de la hipocresía-.
Pero ya Norberto Bobbio reafirmaba, a propósito del asesinato de Aldo Moro, que "la política no puede absolver el delito", que el resultado político de una acción no puede extender por la sociedad la indiferencia moral. Matar es un crimen, sea cual fuere su resultado político. Razonar como si el uso del terror, libremente elegido con el fin de aproximar el gran día de la patria vasca, no fuera un crimen y quien lo utiliza no sea un criminal, sino un hijo descarriado que ha emprendido un camino sin salida, es participar de esa pasividad moral que desarmó a la sociedad europea ante los crímenes contra la humanidad perpetrados por el nazismo y el estalinismo.
El dirigente del PNV que piensa y dice que los presos de ETA no son delincuentes debería someterse a una prueba: empuñar -imaginariamente, claro está- una pistola, apretarla contra la nuca de una víctima al azar, disparar. Si después de haber realizado mentalmente estos actos no se siente un criminal, entonces no es que el Estado español tenga un problema; entonces es que un sector de la sociedad vasca está enfermo de la misma muerte que, por pasividad o indiferencia moral, ha contribuido a diseminar durante tantos años.
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