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"Queremos un hijo tuyo"

Amelia Castilla

Salió como había entrado, a trompicones y protegido por la policía. Jesulín de Ubrique, de 21 años, convirtió ayer la plaza de toros de Aranjuez en un circo. El rito se repitió siete veces: el final de cada toro iba acompañado de adolescentes que saltaban al ruedo para besarle, mientras desde las gradas gritaban: "¡Vaya culo!" o "queremos un hijo tuyo". Sus admiradoras le Ianzaron claveles; bragas, que él besaba; panes; ositos; un gallo de pelea, y hasta un bebé, que rompió a llorar cuando se vio en sus brazos. La corrida, la número 144 de su temporada, iba por ellas.

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Una taleguilla para 8.888 mujeres

"¡Mujer, mujer, mujer!". Daba un poco de miedo escuchar el grito de guerra de las seguidoras de Jesulín. El diestro llegó a la puerta de cuadrillas a las cinco menos cuarto de la tarde. Vestía de blanco y plata, los colores de la pureza, pero perdió la zapatilla nada más sortear la entrada. Le acompañaba Víctor, su hermano de 15 años. Rodeados de policías -más de 400 agentes vigilaron el espectáculo- y moviéndose a empujones, parecían dos niños apurados, pero esa impresión, al menos en el caso del matador, sólo duró un instante. Cuando Jesulín escuchó los alaridos que llegaban desde los tendidos -"Hombres fuera"-, sonrió abiertamente.En los tendidos le esperaban más de 8.500 mujeres. Las había de todas las edades y de todas las clases y condiciones; la mayoría, mujeres con aspecto de tener hijos de la edad del torero o adolescentes como Cati, una chica de 17 años que no pudo contener las lágrimas cuando el de Ubrique saltó al coso. "Guapo, guapo", le gritaban. "Pero qué bueno está, por favor", gritaban en febrecidas.

La cosa se puso seria cuando el primer toro de la ganadería de Ángel Peralta saltó al ruedo. El torero lanzó la montera al ruedo y cayó boca arriba, un signo de mal augurio que él cambió poniéndola boca abajo, ayudado por la muleta, ante los aplausos del respetable. La presidenta accidental, Milagros Román Sánchez, concejala del PSOE, le concedió todas las orejas que reclamó el público. Cuando se mostraba indecisa la animaban con gritos de "Ubrique, Ubrique, Ubrique es cojonudo".

La primera en llegar

En su tendido, Rosario, un ama de casa casada y con cinco hijos, parecía contenta. Había llegado a la plaza a las 7.30, antes, incluso, de que colocaran las vallas de acceso. Acababa de bajarse del tren en el que había viajado desde Sevilla con cuatro de sus amigas para ver a su ídolo. "Es un fenómeno, es un fenómeno este, hombre", asegura.

Abajo, en el ruedo, Jesulín parecía borracho de auforía. Ni un rastro de cansancio. El torero llegó a las nueve de la mañana a un hotel de Aranjuez. Había salido a las cuatro de la madrugada de su finca de Ubrique. Almorzó un menú ligero: sopa de arroz, un lenguado rebozado y un yogur. Tras un pequeño descanso, salió para la plaza. No pudo llegar, como habría sido su gusto, en un coche descapotable. El Ayuntamiento ribereño se lo prohibió para evitar desórdenes.

A lo largo de la mañana, los 68.000 habitantes de Aranjuez no hablaron de otra cosa. En las calles se vendían camisetas con la imagen del torero hablando por una motorola; los corresponsables del The Times y de la BBC entrevistaban a sus fans; en los hoteles no quedaba ni una cama y los restaurantes no daban abasto. Hubo feministas con pancartas que criticaron la corrida por machista. A sus protestas se sumaron las de los aficionados taurinos, que calificaron el Va por ellas como una herejía. "Ese tío no tiene más luces que las del traje", bramaba un hombre. Ajeno a las críticas, sólo le falló el segundo toro, el que había dedicado a su madre. "Qué hijo puta el toro, mamá", se le oyó decir tras meterle la cuarta estocada. Pero si el segundo fue malo, con el quinto llegó la apoteosis. El diestro gaditano bajó al picador y se subió al caballo. Borracho de aplausos, tomó las banderillas y también las coloco. La corrida acabó con un toro de regalo y con Jesulín a hombros de una admiradora. Se fue de Arajuez como había llegado, en uno de sus 20 Mercedes.

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