En perversa lógica del género
En el interior de Lobo, la última fantasía puesta en circulación por Mike Nichols, subsisten -y luchan entre sí- dos lógicas diferentes. Una, la más evidente en la primera mitad del filme, indica que estamos ante un filme "de autor", con todas las matizaciones que sobre este tipo de cine se pueden hacer hoy en el cine- norteamericano y en un cineasta como Mike Nichols. En este segmento se abre paso un discurso que de alguna forma corrobora y aumenta las intenciones de dos de las películas anteriores de este director -Armas de mujer y A propósito de Henry- o sea, la denuncia de los mecanismos que llevan a los. ejecutivos de hoy en día a convertirse en los lobos de la manada humana. Es esta parte del filme la que más interés despierta en quien firma estas líneas: en la aviesa denuncia de que hay un claro paralelismo entre la operación de trepar en la escala laboral y la forma en que los animales salvajes marcan su espacio vital y por él pelean -explicitada en el encuentro entre Nicholson y Spader en los lavabos de la editorial en la que ambos trabajan- No es un tema nuevo, pero desde luego sí lo es su enfoque: emplear uno de los territorios predilectos del cine fantástico como es la licantropía para establecer un discurso de corte moral sobre las relaciones laborales y su desvencijada ética.
Lobo (Wolf)
Director: Mike Nichols. Guión: Jim Harrison y Wesley Strick. Fotografía: Giuseppe Rotunno. Música: Ennio Morricone. Producción: Douglas Wick para Tri-Star Columbia, EE UU, 1994. Intépretes: Jack Nicholson, Michelle Pfeiffer, James Spader, Kate Nalligan, Christopher Plummer. Estreno en Madrid. cines Ideal Multicines y V. 0., Colombia Multicines, Albufera Multicines, Vaguada, Callao, Carlos III, Roxy A, Liceo y Victoria.
Previsible derrotero
La otra lógica que subyace en Lobo no es otra que la emanada de las rígidas normas del producto de género. Porque, más allá de las intenciones de Nichols, lo cierto es que el film termina desprendiéndose de su discurso laboral para, en su tercio final, tomar los derroteros del único desenlace posible, el coherente con las claves del género. Es ahí donde Lobo termina perdiendo irrevocablemente sus intenciones de partida hasta parecerse á un filme de, por ejemplo, Wes Craven, un cineasta proclive al apólogo moral disfrazado de hachazo y hemoglobina. Y no basta el talento de Nicholson, con el que se puede o no estar de acuerdo, pero sobre cuya identificación con el personaje, hecha de recursos de viejo zorro de oficio, parece fuera de toda duda, para volver el discurso en la dirección que el propio planteamiento del filme había dejado abierto.Así, Lobo acaba por configurarse como una variante más de la licantropía aunque, eso sí, beneficiaria de un buen hacer general. Nichols conoce su oficio, qué duda cabe, y se las ingenia para hacer que la película resulte casi siempre interesante; sabe administrar con cuidado las ventajas de la química que se establece entre Jack Nicholson y Michelle Pfeiffer y si, en el fondo, el tercero del triángulo, James Spader, aparece más desdibujado, no es que sea algo atribuible a él, sino a un guión menos interesante que el resto del filme.Por otra parte, Mike Nichols no es un cultivador del género de ahí que también se mueva con cuidado en el siempre resbaladizo terreno de los efectos especiales, el talón de Aquiles de tantos filmes contemporáneos, lo que hace que con algún efectillo óptico más un discreto maquillaje obra del artesano Roy Baker, resuelva la aparente complejidad visual de la película.
A la postre, lo que queda de Lobo es una intencionada voluntad de discurso perdida entre las aguas tempestuosas de un género, el fantástico, en el cual no se pueden hacer trampas.
Babelia
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