Trabajo serio, excelentes productos
Es la tercera visita de Rui Horta a Madrid. Primero fue con su compañía primigenia lisboeta (Línea, Interiores), después en 1991 ya con SOAP a la Sala Olimpia (Long time before the end, un buen recuerdo del Madrid en Danza de otros tiempos mejores) y ahora con este programa soberbio de forma y factura, que alcanza en el Albéniz su 130ª representación y con el que le han dado la vuelta al mundo.Horta ha venido mucho por aquí y no le hemos hecho mucho caso, planeaba instalararse, hacer cosas en Madrid: no se le escuchó. Los alemanes sí, y, ya se ve: compañía consolidada en menos de un lustro, buen trabajo, excelentes productos: calidad. Y cuenta con talentos excelentes dentro de SOAP (emigrantes forzosos, pues en el terruño, poco que rascar) como el gaditano José Ángel, Boindi, todavía en plena forma sobre la escena y la palamira Olga Cobos, b ella mujer, soberbia intérprete. Destaca el checo Jan Kodet con su salto y sus pies que parecen un modelo anatómico de elástica perfección, además de su chispa y nervio. SOAP es conjunto cosmopolita por voluntad propia y eso da parte del sabor del trabajo. Horta inteligentemente no se ancla en esa tontería que es la pieza única de algo más de una hora par toda la velada (otro lastre de la nueva danza francesa), y llena la noche de piezas cortas, intensas, justas de metraje y con coreografías distintivas.
SOAP
Dance Theatre FranhfurtWolgang, bitte... (W. A. Mozart); Ordinary events (Les tambours du Bronx); Diving (Etienne Schwarcz). Coreografías: Rui Horta. Teatro Albéniz. Madrid, 30 de septiembre.
El movimiento es fuerte, virtuoso cuando se necesita, vital, verdadero en su intención al hablar del amor a cualquier banda, de la crueldad del mundo moderno, de una cierta ausencia de cosas sencillas. La pieza primera, Wolgang, bitte... es hermosa, de amargo lirismo. Y así todo, capaz de mantener al espectador concentrado y atento. Es una danza-teatro con enjundia, sin gratuidades ni falsos alardes tanto en la geometría coréutica como en la puesta en escena.
Es una pena que el teatro estuviera semivacío, con menos de media entrada. Y claro que hay culpable: un Festival de Otoño sin los pies en la tierra (al menos, para la danza, vive en las nubes, olvida su objetivo cultural primero: que se vea el trabajo). Es equivocado poner las entradas tan caras (3.000 pesetas la butaca) y es evidente que no hay un proyecto orgánico, culto, de oficio; canta mucho el que se pro grama al azar -esta vez hubo suerte- y recurrentemente con lo que llega a retazos en rebajas al despacho. Menos mal que el buen sabor de boca lo dejaron los artistas; la parte, amarga si gue siendo del dominio de los burócratas del festival.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.