La derrota de la reforma sanitaria, una catástrofe para Bill Clinton.
La muerte del proyecto de reforma sanitaria -una catástrofe para el presidente Clinton porque era la piedra angular de su programa- fue en realidad un certificado de defunción que se perfilaba desde hace meses y que puede atribuirse a cuatro protagonistas: el Partido Republicano, que convirtió el debate en la punta de lanza de sus ataques contra el Gobierno; el Partido Demócrata, dividido y confuso sobre las posibilidades de la reforma; la Casa Blanca, que calculó mal en su planteamiento ambicioso y luego demostró su vulnerabilidad al rebajar los planteamientos iniciales, y los grupos de presión, que no dudaron en gastarse 300 millones de dólares (37.500 millones de pesetas) en publicidad destinada a hacer fracasar el plan.Cuando George Mitchell, líder de la mayoría demócrata en el Senado, anuncié el lunes por la tarde que el bloqueo de la minoría republicana impedía que la legislación saliera adelante en 1994, Clinton, eterno luchador, encajó el golpe como pudo y prometió volver a la carga el próximo año. Sus aliados en la Cámara y en el Senado, como Edward Kennedy, analizaron los errores cometidos y lamentaron la furia con la que los republicanos se lanzaron a despedazar el plan: "La mayoría de los republicanos está más interesado en la salud de su partido que en la de los norteamericanos", dijeron.
'Morder el polvo'
Bob Dole, jefe de la minoría republicana en el Senado y posible candidato a las presidenciales de 1996, no ocultó su satisfacción al ver que la Casa Blanca mordía el polvo, y dijo que el proyecto merecía este destino: "Era muy complicado, muy burocrático y muy caro". Dole acusó a los demócratas de no haber negociado nunca en serio y rechazó irónicamente la responsabilidad que se les atribuye: "Tenemos la culpa de todo, excepto de la avioneta que se estrelló. contra la Casa Blanca, y eso por ahora".Con la derrota del plan salen perdiendo, en primer lugar, los 39 millones de personas que no tienen seguro -uno de cada siete norteamericanos- y las decenas de millones más que sólo pueden permitirse coberturas básicas muy incompletas. Pierde, desde luego, Bill Clinton, que se queda sin una gran baza para las difíciles elecciones que se avecinan. El presidente lanzó con enorme fuerza el plan de reforma hace un año y consiguió el apoyo popular para la iniciativa, pero, posteriormente, no ha podido concentrarse en el debate parlamentario ni ha sabido disciplinar a su partido para negociar los recortes previsibles. Su intención de volver a presentar otro plan en 1995 se verá comprometida por el -previsiblemente muy adverso- resultado de las legislativas de noviembre.
Y pierde, finalmente, Hillary Rodham Clinton -para gran satisfacción de los que no toleran que una mujer juegue un papel así-, que ha trabajado sin descanso durante todo el año al frente del plan.
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