Al fin, María
El autor critica la gestión de María Corral al frente del Reina Sofía por su exceso de "arrogancia" y falta de rigor.
La antigua directora del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, María Corral, poco antes de ganarse a pulso el ex, me enviaba una carta que pasé a considerar oficial desde el instante mismo en que la vi adornada con el membrete del Ministerio de Cultura. Y de alguien que se esfuerza en responder debidamente a los asuntos oficiales, como de cuando en cuando es mi caso, no se esperará ahora que se quede callado, casi de luto, por el simple hecho de que a la remitente le cambiaran el rumbo.Como hasta ella misma sabe, porque así lo leyó un día en este mismo periódico, a esa reciente ausente de lo oficial llegué a llamarla, por pura deformación realista, María von Corral. Pues bien, fue ella quien, después de felicitarme por representar yo a España -junto al escultor Andreu Alfaro- en la próxima Bienal de Venecia, se obstinó en seguir deslizándose por el camino de la ironía epistolar.
Acaso entonces ignoraba, en razón de sus muchos viajes, que la ironía de todo funcionario es, de por sí, sospechosa. La autoironía, en cambio, sería harina de otro costal. Pero ahí no dio, tal vez por falta de ambición, la medida. Léase si no, con mi morboso consentimiento de destinatario in extremis, la siguiente parrafada, meollo gélido de un famoso y "riguroso programa" del que acabamos de desembarazarnos al fin:
"Te agradezco de todo corazón tu reconocimiento público de la enorme tarea que se ha llevado a cabo durante las últimas décadas en nuestro país en favor del arte. Tú que llevas tanto tiempo viviendo en París, puedes apreciar, mejor que nadie, el hecho de que hoy en día se pueda tener acceso en España a las mismas cosas que en Londres, París, Alemania, Estados Unidos... Ciertamente se ha recorrido un largo y duro camino, se han cubierto muchas lagunas, se ha logrado la incorporación de España a los circuitos artísticos internacionales aunque, a veces, esto no pueda ser apreciado por algunos sectores de nuestro país. Como tú bien dices, siempre habrá quien no cambie, siempre quedarán los recalcitrantes -los que desean destruir todo aquello que no son capaces de hacer-, los intolerantes, los envidiosos al fin
Habrá observado el lector paciente cómo María Corral, la firmante, se empecina en no cortarse, con lo que de continuo exhibe la ironía del funcionario. Y desdeñable es un error, incluso éste, pero no en alguien con la suficiente tozudez como para buscarle a ese error primero un sinfín de variantes. Pues también es grave error, como enseñaban los clásicos, que alguien tenga más razón de la cuenta.
Y sí, es mi caso, que, de no haber sido por los museos y coleccionistas franceses, alemanes, belgas, holandeses, algún raro americano y, más que nada, la generosidad de los coleccionstas italianos, yo no habría podido pintar sobrevivir desde 1961, fecha de mi primera exposición en París. Pero apelar a lo verdadero para insinuar lo contrario, aunque burdo, es la eterna tentación de.las malas artes.
Encerrado en la sala de los culpables, por atreverme a criticar su gestión al frente del Reina Sofía, ya era acreedor a su molinillo teórico de diseño duro: interiorista, paleto y retrógrado o español en toda su esencia. ¡Tiene narices! No es de extrañar, en este contexto, que a Antonio Muñoz Molina le, haya entrado el síndrome de Salman Rushdie y se niegue a salir de casa desde que osó decir que, en tratándose de Beuys es el coro el que mas reluce.
A lo largo de todo su reinado, lo que yo más he criticado, públicamente y en reiteradas ocasiones, es su particular manera de llevar el museo. No quiso una taza de caldo, y se tuvo que tragar 20 para brindar por la exposición de Antonio López García. Y como esta conservadora saca la pistola en cuanto oye la palabra realismo, se hizo entonces un soberano lío y mezcló a Tàpies con la realidad; total, para acabar en brazos de Botero. Pero se resignó, y tuvo que acudir sumisamente al lugar del pacto, a la sombra de un célebre membrillo, acompañada de aquel Cultura de ministro que Felipe González nombró para que todos los españoles supiéramos, de verdad, lo que le interesaba la cultura.
Y el paseo del Guernica por el Paseo del Prado, para tener a qué agarrase, sigo recordándo lo con auténtico bochorno. Aunque eso no me impide reconocer que si el cuadro sigue mal colgado, en plan hortera, no es por culpa de la ex directora. Pero ella, sin perder el aire de dignidad cosmopolita, tuvo que ponerle buena boca al gazpacho. Y de él tragó sin atragantarse, como siempre.
Mientras tanto, sigo pensando que la colección permanente que presentó, cargada de préstamos, estaba mal hecha, sin definición ni rigor algunos. Y sigo sin entender que se compre de sopetón tres kelly, acaso porque sólo conozco a dos de confianza: Grace y Gene.
Y me quedo pasmado, al tiempo, cuando nos dice que compra un cuadro de Picasso basando su interés en que tal pieza tuvo cierta influencia sobre Benjamín Palencia. Señora, si ya todos sabíamos que la cuna del surrealismo españoles Castilla... Pero no me parece signos increíble que su colección la colgaran, precisamente, dos pintores. Por lo demás, brillante y serio el uno: Hernández Pijuan. Interesante, el otro: Gerardo Delgado.
Y, puestos a hacer balance rápido, sigo criticando la sala dedicada a Sclinabel, entre otras cosas, porque no me fío ni un pelo de esos artistas norteamericanos que se vienen a vivir a Europa cuando allí se está tan bien. Como critico la militante arrogancia (seguro que quedan fotos) que la ex directora ha mantenido para con los cuatro gatos que componemos el triste paisaje artístico español.
Todas estas críticas sigo manteniéndolas, en efecto, porque no van expresamente dirigidas a una persona privada, a alguien que supo ser recalcitrante hasta donde pudo y que, mientras duró la representación, anduvo lejos deacogerse al papel de acorralada víctima.
Pues, con ella o sin ella, mis críticas seguirán dirigiéndose tan sólo a aquellos museos que, además de poseer obra mía, dependan del contribuyente. Esa dependencia me recuerda que lo público es también algo mío, mientras que la crítica de lo privado, aunque sea por mero egoísmo, para nada me interesa.
Sí me interesa subrayar, al fin, que María Corral, tras llamarme envidioso en su despedida, se ha olvidado de decirme de qué. De habernos dejado algo, seguro que yo me moriría de envidia. Pero no voy a emplear tan noble sentimiento en la contemplación de su pobre legado espiritual: un rosario de arrogantes errores.
Eduardo Arroyo, pintor, representará a España en la próxima Bienal de Venecia.
Babelia
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