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Carlismo

Enrique Gil Calvo

La temporada se abre bajo el signo de conflictos territoriales (la polémica del catalán, el pacto de los presupuestos, la distribución del IRPF, las guerras del agua, las reinserciones de etarras, etc) que parecen producto de un interesado renacimiento del nacionalismo como ideología políticamente movilizadora, una vez caídos en el descrédito tanto el izquierdismo obrerista como el derechismo reaccionario. Pero en esta ocasión se afirma que hay algo nuevo, que sería el intento de revitalizar un supuesto nacionalismo español como reacción contra el vasco y catalán. Pero ¿existe una entetequía así?.Frente a supuestos fundamentos culturales o religiosos, Michael Mann ha recordado que el nacionalismo es producto de la guerra entre los Estados y no a la inversa. El nacionalismo francés sólo se entiende como antibritánico y antiprusiano, a resultas de las guerras napoleónicas que crearon la necesidad de mantener en cada país un permanente ejército nacional. Pero tras la decandente tibetanización del XVII, España no ha intervenido en las guerras europeas. La Guerra de Independencia contra la invasión napoleónica, que pasa por ser el origen simbólico de la nación española, no llegó a crear un auténtico ejército nacional, sino sólo un efímero hatajo de dispersas y esporádicas partidas de guerrilleros, territorialmente localizadas (en claro preceente de las posteriores facciones carlistas).

Pero sin auténtico enfrentamiento militar con el exterior no hay nacionalismo español, ni por ello tampoco suficiente voluntad patriótica de prestar servicio en el desacreditado simulacro de ejército nacional. Ahora bien, si no hay enfrentamiento militar exterior, sí lo hay interior: las guerras civiles internas (carlistas durante el XIX, franquista durante el XX) jalonan la imposible construcción de la nación española. Por eso lo que surge no es nacionalismo español sino nacionalismo antiespañol (o "carlista") en aquellos territorios que se enfrentan militarmente a la capital: Cataluña, Navarra, País Vasco, Galicia (donde más elevada es hoy la objeción al servicio militar).

Todas estas guerras civiles están sin resolver todavía, pues los vencedores no han sabido ganarlas ni por tanto los vencidos han podido superar su derrota. De ahí que hoy subsista más pujante que nunca no el imposible nacionalismo español sino los resentidos e irredentos nacionalismos carlistas. Y por eso todo intento de reconstruir ese imposible nacionalismo español está predestinado a resucitar reforzados no sólo los demonios dormidos del nacionalismo carlista sino lo que parece peor: las viejas ascuas latentes de la guerra civil del 36, cuya memoria genocida permanece agazapada en todas las familias españolas, pues la generación de mi padre hizo de España una Bosnia.

¿Se puede aprender a superar este desgraciado legado histórico? Sin duda, pero hay que tener la paciencia de esperar que sucedan unas cuantas generaciones más de españoles capaces de convivir en paz. Una paciencia que experimentos propangandistas como los de Aznar podrían transformar en pasión inútil: por eso parece tan preocupante su rechazo de la reinserción etarra, que podría ser felizmente utilizada para pacificar la memoria de los viejos agravios carlistas.

En esa cuestión hay que distinguir diversos elementos, que conviene jerarquizar. Lo menos importante es la rehabilitación personal del culpable, pues el Derecho es mal psiquiatra. Algo más importante es el castigo a los criminales, pero sólo como prevención y no como venganza. En cambio, es mucho más importante el resarcimiento de las víctimas. Aquí la insolvencia de quien dañó no puede servir de excusa. Es preciso que se cree un fondo de compensación, pero no estatal (ni siquiera autonómico) sino civil: que sea la sociedad vasca, ya que consiente que sus hijos maten en su nombre, quien resarza a las familias de tantas víctimas ajenas. Pero por último está lo más importante: la imprescindible neutralización de la criminalidad organizada vasca. Y para eso la reinserción podría resultar esencial: ¿cómo rechazarla?

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