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Villa Triste

Decir que en esta vida todo llega cuando ya ni lo esperabas ni te hacía la menor ilusión no es más que reiterar un tópico. Pero es éste un tópico que, como muchos otros, contiene una gran verdad. ¿Para qué necesitaba yo a estas alturas del curso una adaptación cinematográfica de la novela de Patrick Modiano Villa Triste, esa versión que su director, Patrice Leconte, ha rebautizado como Le parfum d'Yvonne?. Me temo que para nada. Hace años que le he perdido. la pista a Modiano, sus libros ya no se editan en España y pienso más en él como en un viejo amigo perdido con el que ya no me queda mucho que hablar que como en un escritor que aún consiga emocionarme, marcarme y hacerme sentir cómodo en su mundo pequeño, evanescente y, tal vez, excesivamente francés para mis gustos actuales.Yo adoraba a Patrick Modiano cuando tenía 20 años y leía, fascinado, su ciclo literario sobre la ocupación alemana en Francia (La place de l'etoile, La ronde de nuit, Boulevards de ceinture). Entonces sí que me hubiera hecho feliz una adaptación cinematográfica de Villa Triste, por mala que fuera. Pero ahora que no le leo desde que me aburrió mortalmente con Dimanches d'aout (1986), ahora que creo que su último buen libro fue Une jeunesse (1984), ahora que le considero un narrador demasiado francés que habita un universo literario cada vez más pequeño, repetitivo, y autoparódico... ¿De qué me sirve que Patrice Leconte ruede una versión descafeinada de Villa Triste que bordea a menudo el ridículo y en la que solo Jean Pierre Marielle realiza una interpretación convincente?. Sólo, quizás, para ejercer mi derecho a la nostalgia y recordar aquella tarde del verano del 76 en que leí Villa Triste y pensé, con la ingenuidad propia del adolescente, que mi vida iba a cambiar a partir de esa experiencia en los límites de la realidad.

Estaba pasando unos días en Cadaqués, ese pueblo del Ampurdán plagado de lugareños adustos y arquitectos barceloneses que hablan a gritos en las terrazas de los cafés, ese lugar en el que los pelmazos de la ciudad se ponen una camiseta de cantante de habaneras y se van a dar la tabarra a los pescadores, ese microcosmos que podría haber dado origen a The rock pool, de Cyril Connolly, y se tuvo que conformar con inspirar al Henri François-Rey de Les pianos mecaniques. Gorroneaba en casa de unos amigos que se habían ido a la playa y la víspera alguien (tal vez yo mismo) se había cargado la instalación eléctrica. Sí, debí ser yo, y por eso me dejaron de guardia, esperando al fontanero, mientras ellos se iban a remojar.

Para entretener la espera, que preveía larga, empecé a leer Villa Triste, una novela que me había recomendado un amigo que ya no lo es. Entré en ella desde la primera página y enseguida me identifiqué con el falso aristócrata Victor Chmara, refugiado a un paso de la frontera suiza para evitar que le enviaran a combatir a Argelia; enseguida deseé conocer a una chica tan fascinante y fitzgeraldiana como Yvonne; tampoco me hubiera importado que me presentaran a una lo caza decadente como el doctor René Meinthe... La tarde avanzaba, el fontanero no aparecía, estaba oscureciendo, la luz no volvía por sus propios pies... ¡Y me faltaban casi cincuenta páginas!.

Conseguíterminar Villa Triste justo cuando ya no se veía nada. Mis amigos me encontraron de pie, en el balcón de la casa, arañando los últimos resquicios de luz. Creo que me tomaron por loco, pero a mí me daba lo mismo: yo me había trasladado a un mundo de gente hermosa y con pasado turbio que no tenía nada que ver con el personal que abarrotaba la terraza del bar Maritim (donde me dirigir para continuar con mis ensoñaciones).

Ahí seguían las chicas preciosas e inalcanzables para las que lo turbio sería el futuro. Y los borricos de la camiseta de cantante e habaneras. Y los arquitectos barceloneses pontificando. Ni rastro de Yvonne ni de René Meinthe. Me pasé años buscándolos por todo tipo de pueblos de la costa, emborrachándome en terrazas veraniegas, pelándome de frío en playas invernales... No los encontré jamás. Tampoco les hallé en los balnearios a los que me dió por ir para hacerme el interesante. Hasta que llegó un momento en que me hice mayor y me olvidé de Yvonne Jacquet, de René Meinthe y de Victor Chmara...

¿Por qué los resucita ahora Patrice Leconte? He crecido, no soy el mismo tipo que leyó Villa Triste a oscuras hace casi 20 años. ¿Qué quiere que haga ante su insípida película? ¿Que relea la novela y descubra, tal vez, que su magia ya no funciona?

Vas dado, Patrice, eso es algo que no me puedo permitir.

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