Vuelta al principio tras treinta meses sangrientos
Durante los últimos 30 meses el pueblo argelino ha sufrido para nada. La aventura iniciada en enero de 1992 por su Ejército, al anular las elecciones ganadas por el Frente Islámico de Salvación (FIS) y asumir la represión de sus dirigentes y militantes, se ha revelado tan inútil como costosa. Los militares no han podido reducir al silencio a los islamistas y éstos tampoco han podido recuperar por las armas el poder que habían ganado por las urnas. Tan sólo entre febrero de 1992 y diciembre de 1993, ese siniestro empate se ha traducido en unos 10.000 muertos -unos sesenta de ellos extranjeros- y 2.000 millones de dólares de danos materiales, según un balance oficial citado ayer por la agencia France Presse.Tras la liberación por órdenes del general Liamin Zertial de los principales líderes del FIS, los contrincantes intentan volver al comienzo de la partida. Les va a resultar difícil. Hay mucha sangre vertida y, además en uno y otro campo la guerra civil larvada de los últimos 30 meses ha fortalecido las posiciones más extremistas.A muchos de los militares implicados personalmente en la represión del movimiento islamista les va a resultar muy duro aceptar el gesto sensato y valiente del general Zerual. Y a Abassi Madani y Alí Belhadj, los líderes del FIS, les va a costar convencer a la guerrilla islamista, y en particular al Grupo Islámico Armado, de la conveniencia de aceptar un alto el fuego que dé paso a una negociación política para salir de la presente situación.
Un crimen y un error
El gesto de Zerual confirma lo que diversos analistas del Magreb venían diciendo: la anulación de las elecciones argelinas, la disolución del FIS y el encarcelamiento de sus líderes fue no sólo un crimen, sino también un error. La junta militar -o al menos la facción encabezada por Zerual- ha terminado por comprender que no hay la menor esperanza de pacificar Argelia si no se cuenta con Madani y Belhadj, los vencedores de las elecciones.
En el entorno de Zerual no faltan los que proponen para Argelia una solución a la sudanesa: un pacto por el cual el Ejército conserva las riendas del poder ejecutivo y el partido de Dios se hace con el control de la sociedad civil. En algunas cancillerías occidentales también empieza a apostarse por esa fórmula. Sería una salida que aplastaría de antemano a esos millones de argelinos que defienden la llamada tercera vía: ni militares ni islamistas.
Esos argelinos deben tener una oportunidad. Militares e islamistas deben negociar el fin de la violencia y la celebración de unas elecciones libres. Los primeros deben entregar el Gobierno al vencedor de esos comicios, siempre y cuando éste se comprometa a no ahogar la disidencia y a volver a someterse al cabo de una legislatura al veredicto de las urnas.
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