Basura
La basura anglosajona es estética: sobre un vertedero de Nueva York se puede realizar un pase de modelos y nunca Claudia Schiffer estará más bella que flotando con un vestido de Ives St. Laurent sobre unos montículos donde fermentan residuos de pollo. La basura arábiga o hindú tiene un componente religioso: el estiércol de pollino mezclado con almizcle ha atravesado la profundidad de los siglos y en algunos momentos se ha confundido con el olor de santidad. En cambio, la basura española no tiene carácter: ni participa de la Biblia, ni es un excipiente de la alta tecnología. Se trata sólo de una pequeña cochambre: cunetas llenas de botellas, papeleras volcadas en la calle, anuncios rotos, y un destartalamiento general de tipo turco-cairota que no nace de la pobreza, sino de la incuria acrecentada por la violenta claridad de nuestra sequía. Sin duda, la corrupción es muy difícil de erradicar, casi tan difícil como tener limpias las aceras. Si uno se sienta en una terraza y desde la propia miseria contempla el río de la gente, puede constatar la escasa belleza que en este territorio tiene el rey de la creación. Por las aceras mugrientas circula un cómic de carne y hueso: uno gordo, otro chato, uno calvo y terciado, otro esmirriado y cojo. Como una esquirla de oro arrastrada por una corriente pringosa pasa a veces un cuerpo lleno de esplendor. Esa belleza nos redime sólo un instante. La ecología comienza con la mirada limpia de cada uno que acompaña a ese cuerpo maravilloso dentro del río humano, cruza montes de nieve y valles de esmeralda hasta desembocar en el corazón de las ballenas, pero allí mismo en la terraza uno debe realizar primero una gran hazaña: no tirar al suelo la funda de la paja con la que se ha sorbido el granizada de limón. El regeneracionismo español que desde el siglo XIX ha alimentado a nuestros políticos y pensadores más preclaros no ha conseguido que, nuestra pobreza sea estética ni que nuestra basura tenga un aire moderno sobre la cual pueda pasar Cláudia Schiffer un modelo exclusivo.
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