Lejos de la Unión
NADIE QUIERE estar en segunda división. Ni los conservadores y euroescépticos brítánicos ni los ex comunistas italianos, ni los partidarios de la moneda única ni los librecambistas admiten que sus respectivos países puedan quedarse fuera de un núcleo duro de la Europa futura, formado presumiblemente por un club de países selectos en el que estarían los padres de la criatura -Francia y Alemania- y sus más próximos vecinos -Bélgica, Luxemburgo y Holanda-.La idea, que no es nueva, acaba de reaparecer en París y en Bonn, estimulada por las campañas electorales en curso. Balladur ha resucitado la cuestión en un intento de crearse un prestigio como estadista europeo en su carrera por la sucesión de Mitterrand. En Alemania ha sido el Congreso del partido gobernante (la CDU) el que ha incorporado la creación de este núcleo duro europeo a su programa electoral. Kohl trata así de garantizar a los alemanes que los países con economías menos saneadas no pondrán sus manos sobre el marco y, al mismo tiempo, transmitir a los países del Este que podrán incorporarse a la Unión, siempre y cuando no pretendan recibir las mismas subvenciones que los socios actuales.
La inclusión de Polonia, Hungría y la República Checa en una Europa que pretenda mantener su actual política regional y agrícola obligaría a los países ricos a rascarse el bolsillo hasta extremos insoportables. La única salida, en consecuencia, es hacerles participar en algunos ámbitos y dejarles fuera de los actuales beneficios de la UE.
Esto se sabía, pero las urgencias tácticas de la ratificación del Tratado de Maastricht y luego de la ampliación de la Unión hacían poco recomendable insistir en los aspectos más desagradables del horizonte europeo. Aunque Maastriclit parece construido sobre una Europa de geometría fija, la realidad lleva en sí misma el germen de la diversidad de trato para los distintos países. El Reino Unido ha visto reconocida su exclusión de la moneda única y de la política social. Dinamarca ha descartado la ciudadanía, la defensa y la moneda. Alemania ha declarado, por boca de su Tribunal Constitucional, que cualquier paso hacia la moneda única con la consiguiente desaparición del marco debe ser objeto de una nueva decisión por, parte de sus órganos de soberanía.
La inminente lucha electoral en Alemania y la carrera presidencial en Francia han podido más que la prudencia exigible en vísperas de los referendos de adhesión de Finlandia, Suecia y Noruega. Si alguna de estas consultas fracasa, parte de la responsabilidad será atribuible a la locuacidad electoralista de la CDU.
El debate sobre el núcleo duro ha sido sólo insinuado, pero el nerviosismo que ha levantado en Italia y el Reino Unido ha sido inmediato. No así en- España, uno de los países más damnificados por este nuevo europeísmo exclusivista. Quizá se deba al ensimismamiento de nuestra política y de nuestra propia opinión pública. La realidad es que este diseño dejaría a España en una segunda división, excluida de la moneda común. Quedaría por ver todavía si ese núcleo duro hace de vanguardia, a la que se incorporarían todos los países según una estrategia acordada y pactada -esto es, en sentido estricto, la Europa de distintas velocidades-, o se diseña una Unión con divisiones permanentes -entraríamos así en la geometría variable- que inevitablemente consagraría a unos como más europeos que otros.
Todo está aún por decidir. Lo que debemos tener claro es que los ciudadanos españoles no deben quedar ajenos a esta cuestión en la que se juega su futuro.
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