El cine malo y llorón se alían contra la Mostra
King Vidor, en su centenario, da lecciones de modernidad a los directores actuales
El cine malo y el cine llorón se han aliado a las tormentas que descargan diluvios sobre las lagunas del Véneto para convertir a esta Mostra, políticamente caliente, en un bochorno húmedo. Sólo el divertido filme ruso Las extraordinarias aventuras privadas de Ivan Chonkin, dirigido por el checo Jiri Menzel, hizo ayer un poco respirable el aire espeso del Lido. Mientras tanto, el cine de King Vidor, un genio de Hollywood clásico del que ahora se cumple el centenario de su nacimiento, da lecciones de vigencia y modernidad al cine triste y húmedo que anega la Mostra.
La joven portuguesa Teresa Villaverde aportó en Tres hermanos la historia, lúgubre donde las haya, de una infortunada familia de la pequeña burguesía de Lisboa. Fue esta tristísima película interpretada por la maravillosa María de Medeiros (familiar en el cine español después de Huevos de oro, de Bigas Luna; y ahora de El detective y la muerte, de Gonzalo Suárez), la primera víctima de las terribles tempestades que han convertido en una enorme ducha al Lido Veneciano.Su primera proyección tuvo que ser cancelada a mitad del metraje, a causa de un corte de electricidad que convirtió al Palazzo en una caverna llena de ce çrillas encendidas, en la que los carteristas forraron de verde sus chubasqueros.
Hay en Tres hermanos apuntes de estilo muy interesantes, pero neutralizados por un guión confuso y de estructura pretenciosa, que no debió haber pasado la criba de producción y es evidente que tenía que reescribirse de principio a fin.
Una vez más, el prurito de "cine de autor" sigue haciendo estragos en la calidad del cine europeo, al dar por buenos guiones situados bajo mínimos profesionales, escritos por (-o bajo la superversión teologal-) de directores verdes en escritura cinematrográfica, que es lo que también ocurre en la infumable coproducción anglo-húngara El cazador furtivo, dirigida por lldiko Enyedi, que acomete la audacia de combinar en dos escenarios, el medieval originario y otro de ahora mismo, la leyenda que dio lugar a la portentosa ópera de Karl Maria von Weber.
El resultado es de una irritante incompetencia, sobre toda causa de la deleznable escritura que sostiene la -es un decir- armazón de la -también es un decir- película.
Más acoplamiento entre escritura de base y composición de imágenes hay en la película de Taiwan, ¡Viva el amor!, pero si sus rivales en el concurso antes citados son un diluvio de lágrimas secas, la humedad de éstas adquieren proporciones oceánicas.
Imagine, el lector, la cadencia de una adaggio fílmico del Michelangelo Antonioni más crepuscular y moroso, multiplicada por el milenario arte de la paciencia china, y podrán hacerse una ligera idea de la lentitud sin destino de esta historia de incomunicación entre dos muchachos y una chica que, para hacer más evidente su silencio interior apenas se dirigen un par de frases a lo largo de dos horas.
El silencio es, en cuanto a forma de elocuencia cinematogrtáfica, una de las cosas más difíciles de hacer creíbles en una pantalla, y el chino Tsai Ming Llang no está preparado para afrontar una prueba de fuerza de la que sólo salen airosos algunos muy escasos maestros de su oficio.
Polémica con Vargas Llosa
Y más modernidades de esta especie llorona fuera del concurso. No hace falta citarlas, pues nadie, salvo algunos consumidores empedernidos de televisión, las verán. Se entra a verlas, uno se humedece un rato con su dolorosa posmodernidad y se marcha con su pena a otro llanto, dejándose duchar en el camino por el chaparrón de turno, mientras se empapan encima de la coronilla los periódicos italianos, que erre que erre siguen dando noticia de las hogueras políticas que indendian los despachos de la Bienal de Venecia, en la que el señor Curi sigue dando caña a Mario Vargas Llosa.Por ejemplo, ayer se largó enfurruñado de una reunión de la directiva de la Bienal con el jurado de la Mostra."¡O ése o yo!", dicen que gritó al ver el perfil inca del escritor peruano. No hace falta decir que el jefazo de la Bienal, Gian Luigi Bondi, respondió: "¡Tú!". Puerta o, más exactamente, portazo del iracundo filósofo cazafascistas.
[La única nota de humor en este océano de lágrimas la dio Jiri Menzel con Las extraordinarias aventuras privadas de Ivan Chonkin. Ganador de un oscar a la mejor película extranjera con Trenes rigurosametne vigilados, el realizador checo se interna en el universo estalinista con esta sátira sobre el cándido y crédulo campesino y soldado Chonkin, cabeza de turco de los patinazos de sus superiores. Jiri Menzel ha realizado un filme fresco, en tono de farsa algo rabelesiana, sobre la vida rural, pero lanza sus armas pesadas contra el ejército y la policía].
Mientras tanto, la retrospectiva dedicada al gran King Vidor con motivo del centenario de su nacimiento, sigue día a día sacando las castañas del fuego a esta supuesta muestra de cine.
Cada vieja obra de aquel genio es un baño de modernidad de vigencia, de horizonte y de futuro a la fila de principiantes y, lo peor, de veteranos cineastas que siguen como al principio, que hacen cola en busca de algún premio que llevarse a a cabeza para protegerse su cerebro de la lluvia con algo más impermeable que un periódico.
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