Bomba demográfica
La conferencia se convoca bajo la evidencia de una explosión demográfica: los 6.800 millones de habitantes del año 2000 pueden duplicarse en 50 años más. Con todo, la propia ONU admite que desde 1990 la tasa de crecimiento se sitúa en el 1,57%, la menor desde la II Guerra Mundial. En los trabajos preliminares de la conferencia se explica que hay una relativa gama de futuros demográficos. En cualquier caso, los cálculos más moderados hablan de 7.270 millones de personas en el año 2015, fecha en que el 56% de la población se habrá aglomerado en áreas urbanas. De ahí la necesidad de imaginar fórmulas de empleo rural no agrario que desanimen este éxodo forzoso a colmenas insalubres y miseria suburbana.Pero la situación no es homogénea en todo el mundo. En Europa, América del Norte y parte de Asia oriental, la dimensión media de la familia se acerca, o es inferior, al nivel de fecundidad de reemplazo, estos es, dos hijos por pareja. En cambio, en el África subsahariana y algunos países insulares del Pacífico, las mujeres tienen un promedio de seis hijos. Unos 350 millones de parejas no tienen acceso ni información sobre planificación familiar.
Los documentos preliminar es de la conferencia insisten en un punto básico. El remedio no es simplemente numérico. De lo que se trata es de integrar el dato demográfico en las estrategias globales de desarrollo, no de crear una administración monstruosa de la natalidad. La defensa de la anticoncepción, por ejemplo, no admite que un Gobierno reglamente algo tan íntimo como la voluntad de tener hijos. Su defensa se fundamenta en la libertad individual, una libertad que sólo se adquiere erradicando la ignorancia. Quienes presentan la conferencia como un contubernio contra la concepción olvidan que en sus documentos preparatorios no se habla de penalizar, como hacen algunos países, la crianza de los hijos, sino de políticas que permitan una desarrollo familiar pleno.
Y si se recomienda tutelar la maternidad infantil es para evitar el matrimonio indeseado de niñas y evitar la mortandad que provoca en muchos países la plaga de embarazos prematuros. Una buena política sanitaria y social va asociada tanto a la paternidad responsable como a la protección de la adolescencia. En una conferencia pensada exclusivamente para buscar fórmulas que redujesen la densidad humana del planeta no tendría cabida, como la tiene en El Cairo, la preocupación por aumentar las expectativas de Nida, acompañada de alternativas para impedir una sociedad excluyente de la vejez.
El debate demográfico es complejo. No siempre el crecimiento de la población va asociado al desastre económico, ni son los países con mayor número de habitantes los que provocan mayor presión migratoria. La población no es un fenómeno hidráulico que se comporte como el agua en los vasos comunicantes. Tampoco son exportables ciertos modelos de desarrollo típicos de la sociedad occidental que pueden ser profundamente perturbadores en países con culturas muy distintas y de adaptación casi imposible. De ahí la insistencia de los textos de la conferencia en el respeto a las comunidades indígenas.
Una política cautelar para desactivar la bomba demográfica no puede excluir un dato: la aparición de nuevos recursos en proporciones signíficativas que permitan alimentar organizar la enorme masa poblacional prevista para el próximo siglo. La historia del mundo es también la historia de las innovaciones, por lo que dentro de cien años podría haber posibilidades impensables ahora para administrar este acuciante problema, de la misma manera que hace doscientos años nadie podía pensar en que determinados fósiles podían ser fuente de energía.
Un dato, sin embargo, parece innegable. En los países donde la mujer, por cultura y peso social, tiene capacidad para decidir sobre su propia maternidad, baja la crianza de hijos. En aquellos países donde está sometida a la dictadura marital, que entiende la paternidad como una acumulación de capital, o donde simplemente no hay horizonte cultural pira asumir conscientemente la procreación, la población crece desproporcionadamente respecto a los recursos.
En realidad, la fecundidad no es un problema en sí mismo. Ése es el error de quienes, con buena o mala intención, reprochan a la cumbre de El Cairo una preocupación exclusiva. por limitarla. La fecundidad es un problema cuando es inconsciente. La educación en este asunto es la cuestión central. No es ajeno a esta situación que de los 960 millones de analfabetos adultos que hay en el mundo, dos tercios sean mujeres. Discriminadas social y políticamente, sometidas a tradiciones que las marginan y protegidas por patriarcas e iglesias, estas mujeres se hallan sometidas a la ignorancia y lejos de poder elegir una maternidad responsable. La conferencia parte del principio de que las personas son el recurso más valioso de toda nación. Y que el conocimiento, la educación de los hombres y mujeres, es el único recurso verdaderamente ilimitado.
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