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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cinco funerales

Cuatro bodas y un funeral es un hábil cálculo de laboratorio, una de esas películas prefabricadas, cuyo buen resultado comercial suele ser infalible cuando se apoyan en un reparto que combina estrellas con un coro de secundarios solventes, caras bonitas con caras divertidas; y en cuyo argumento se mezcla el punto chistoso con el contrapunto sentimental, happy end incluido: una fórmula que funcionó en comedias británicas deudoras del Hollywood de la posguerra mundial y años cincuenta, que ahora -puesta al día con el llamado look posmoderno, pero conservando su viejo sabor a tarta rosa- sigue siendo rentable. En este caso, lo es.No hace falta decir que la película es agradable. Pero tampoco hace falta añadir que es también insignificante y que dejar de verla no supone perderse algo indispensable, porque sus bonitos y amables 100 minutos son prescidibles. Las miradas resbalan sobre el rosario de chistes y enredos, pero con la misma facilidad con que se ven se escapan de la retina sin haber logrado hacer hueco en el recuerdo. Sólo permanecen destellos de algún personaje: el hermano sordomudo de Hugh Grant, que es clave del desenlace, y sobre todo la presencia cada día más poderosa de la magnífica Andie MacDowell, que sin deslomarse convierte al protagonista, Hugh Grant, en marioneta suya.

Cuatro bodas y un funeral

Dirección: Mike Newell. Guión:Richard Curtis. Fotografia: Coulter. Música: R. R. Bennet. Reino Unido-EE UU, 1994. Intérpretes: Hugh Grant, Andie MacDowell, Simon Callow, James Fleet, John Hannah, Chalotte Coleman, David Bower, Corin Redgrave, Rowan Atkinson. Estreno; cines Lope de Vega, Amaya, Benlliure, Novedades, Juan de Austria, Aluche, Ideal, Albufera, Parquesur y La Vaguada.

El resto se diluye, comenzando por el omnipresente Grant, que aunque quiere disimularlo compone un personaje tomando notas a pie de pantalla de su célebre compatriota y tocayo Cary, pero que se queda, a distancias astronómicas por debajo, en simple Hugh: un actor con buena técnica, que sabe hacer el despistado simpático, pero que tiende a la sobrecarga de gestos, al manierismo y al tic, defecto que apuntó en aquel vistoso y epidérmico Maurice de James Ivory, en que Grant debutó, hasta su reciente y discreto paso -no podía ser de otra manera a la sombra de Anthony Hopkins- por Lo que queda del día, dirigido nuevamente por Ivory. Lo más acabado de cuanto ha hecho Grant sigue siendo su trabajo en la película de Gonzalo Suárez Remando al viento.

Excesiva acumulación

Lo mejor, aunque no es nuevo, de Cuatro bodas... es la idea argumental. El guión no es malo, pero tiene un defecto: está por debajo de esa idea, pues le falta sentido del riesgo, y es evidente, mientras la película se ve, que podría haber ido más allá de donde llega, porque el desarrollo del juego se ve venir antes de que ocurra, y esto es indicio de una inventiva más calculada que inspirada, si se hace excepción del citado desenlace resuelto por el personaje-sorpresa del sordomudo, que es una brillante argucia del guionista Richard Curtis.El director, Mike Newell, ilustra correctamente, con carencia de estilo, el guión, ante el que parece servil en exceso. Por ello incurre en sus defectos, al mismo tiempo que capitaliza sus virtudes. Pero su incapacidad para elevar la película por encima de los folios en que está escrita -en realidad sólo la elevan, y por su cuenta, Andie MacDowell; un par de graciosas transiciones a lo Cary Grant en situaciones de ridículo a cargo de Hugh Grant; y las composiciones de algunos excelentes intérpretes secundarios- hace que muchos gags visuales o chistes verbales pierdan eficacia: se adivinan graciosos, pero al estar deficientemente graduados hay que adivinar su gracia.

Esto se debe a que Newell acumula gags en cadena y no da tiempo al espectador a digerir uno cuando ya le ha metido en otro, olvidando la sagrada ley de la graduación, que Billy Wilder -que se las sabe todas en el arte de la composición de una comedia- formuló aproximadamente (respondo de la exactitud de la idea) así: "Para provocar una carcajada hay que poner antes serio al espectador. Incluso conviene aburrirle un poco para poder despertar su gana de reír". Amén.

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