Un pícaro en el río revuelto de Rusia
Una española exiliada ha de pagar las llamadas telefónicas que Oroz hizo durante su fallida carrera de empresario en la antigua URSS
Julio Oroz Eguía, uno de los dos españoles detenidos en Múnich acusados de contrabando de plutonio 239, dejó tras de sí un cúmulo de trampas y un reguero de deudas en su fallida carrera como empresario en la capital rusa y en Ucrania. La española Conchita Sin, de 61 años, una niña de la guerra civil Española que llegó a Moscú en 1939 como exiliada de aquella contienda, ha sido una de sus víctimas.Por culpa de Oroz, Conchita, originaria del pueblo aragonés de Estada, del que su padre era alcalde republicano, tendrá que renunciar a su sueño de volver a España, donde estuvo por última vez en 1968.
Oroz apareció por casualidad en la vida de Conchita el pasado mayo. Se presentó como empresario constructor y alquiló el piso de la jubilada, que esperaba así complementar su humilde pensión de algo más de 87.000 rublos (unos 43 dólares o unas 5.000 pesetas).
En julio, el empresario anunció que se iba a Berlín donde, según aclaró, estaba su Banco, y desapareció sin pagar el alquiler de 220 dólares mensuales ni las conferencias telefónicas internacionales, cuyo importe asciende ya a más de 2 millones de rublos (unos 1.000 dólares), afirma Conchita Sin.
La jubilada de origen español no volvió a ver a su compatriota e inquilino, pero en agosto se enteró con sorpresa de que éste había sido detenido en Múnich junto con el colombiano Justiniano Torres, cuyo nombre también figuraba en las facturas de los pasajes a Berlín con fecha de julio que Oroz dejó en el piso moscovita.
La situación de la jubilada es penosa: se ha gastado ya los ahorros de su vida en pagar las primeras conferencias telefónicas de su locuaz inquilino, y las facturas siguen llegando.
Conchita dice haberse fiado de Julio Oroz "porque era español" e incluso llegó -a darle maternales consejos sobre cómo guardar el dinero en la faja "para evitar que le robaran las mafias". Para Conchita, que ha cultivado la nostalgia de la patria desde su infancia, el hecho de que Oroz fuera español era una garantía suficiente para tomarle como inquilino.
En julio, al comprobar que Oroz se había llevado todas sus pertenencias del piso, Conchita fue a quejarse a la embajada de España. "Solo quería que el servicio de Seguridad supiera que también hay pícaros mafiosos españoles", afirma. Apuntaron su teléfono y le dijeron que ya la llamarían, sin tomar nota del nombre de Julio Oroz, que ella tanto interés tenía en divulgar.
Un portavoz de la sede diplomática española en Moscú manifestó a esta corresponsal que Oroz no estaba inscrito en el registro consular de residentes y que durante su estancia en Rusia no ha tenido contactos con la embajada. En busca de quien financiara las deudas de su inquilino, Conchita trató a varios de los socios y amigos de éste, y acudió al despacho del colombiano Justiniano Torres. El despacho de Torres, en un céntrico lugar en el kolzó, el anillo de circunvalación de Moscú, es una desangelada planta baja, donde, según Conchita, apenas si quedan algunos de los muebles y enseres que había aquí hace algo más de un mes, cuando el lugar estaba lleno de empleados y funcionaban en él los faxes y los teléfonos.
Esta corresponsal trató infructuosamente de ubicar a varios empleados de la empresa de Torres que, entre otras cosas, comercializaba repuestos de helicópteros civiles de producción rusa, según una fuente que trató con ellas. La desidia de Torres impidió que prosperara un contrato para abastecer de esta mercancía a un país latinoamericano, señalan medios informados.
Torres era médico especialista en oncología y había ejercido en Rusia y en Colombia, según explican las mismas fuentes.
El lunes, el local donde Torres tuvo su empresa estaba vigilado por un individuo arisco, que se negó a facilitar cualquier información y, según el cual, el lugar pertenece "a un instituto de investigación científica de una entidad estatal".
El pasado lunes por la tarde, el despacho parecía estar ya bajo vigilancia policial, a juzgar por la presencia de unos individuos apostados en un coche blanco que, con un estilo que recordaba el del KGB, observaban a quienes se aproximaban a la puerta sin letrero.
Conchita, que seguía atentamente los movimientos de su inquilino desde que comenzó a inquietarse por su morosidad, señala que éste decía tener negocios de cemento en la localidad de Mariupol (Ucrania) en calidad de representante de una empresa española llamada Egún, y solía ir a Donetsk, centro de la cuenca minera de Donbás, en Ucrania Oriental, y a Kiev.
Entre las llamadas realizadas por Julio Oroz desde el apartamento de Conchita Sin, se han podido rastrear las direcciones correspondientes a dos números de teléfono, uno de ellos en San Petersburgo y el otro en Donetsk.
El primer número corresponde a la dirección de un ciudadano libanés que, al igual que Oroz, se marchó repentinamente y dejó sin pagar el alquiler de su apartamento, así como una elevadísima factura telefónica. El libanés, cuya identidad se desconoce, desapareció semanas antes de la detención de Torres, Oroz y Bengoechea en Múnich.
El otro número de teléfono al que Oroz hizo varias llamadas desde Moscú corresponde a un consultorio antialcohólico cuyas dependencias están en el hotel Druzba de Donetsk. No ha podido establecerse la naturaleza de la relación de Oroz con dicho consultorio.
Desde hace tres años por lo menos, el empresario operaba en Ucrania y visitaba a menudo Kiev, donde tenía una oficina y personal contratado hasta que cerró la compañía por dificultades económicas y dejó aparentemente nuevas deudas tras de sí, según explicaron personas que tuvieron contacto con él en Ucrania.
"Con su nivel intelectual, difícilmente podía ser algo más que un correo. Sus dificultades financieras le hacían muy vulnerable", asegura una fuente que tuvo ocasión de tratar a Julío Oroz.
Entre los proyectos de los que el empresario comentó en público estaba la compra de un millón de toneladas de cemento y otras tantas de petróleo, así como de barcos para su desguace en España.
Conchita Sin y otras dos fuentes consultadas afirman que jamás le oyeron hablar de negocios con materiales nucleares.
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