Cincuenta balsas hacia la muerte
La desesperación lleva a decenas de cubanos de Cojimar a lanzarse a un mar tenebroso y embravecido
El mar batía con fuerza tres. En el estrecho de Florida las olas eran de tres metros. Daba lo mismo. La desesperación llegaba hasta los límites de lo imposible y, con la mirada puesta en el paraíso, cerca de cincuenta balsas salieron ayer de Cojimar hacia la muerte. Ninguna de aquellas embarcaciones, armadas con palos, clavos oxidados y cabos a punto de ceder, podía ganarle a ese mar..Fuerza tres. Así lo decían con un nudo en la garganta algunos marineros que, sin voz, contemplaban el espectáculo desde la calle Real. Pero daba lo mismo. Nadie podía detener aquella locura, y menos el mar y la muerte. Lo peor es que ni a los padres, ni a Cuba, ni a Estados Unidos les importaba lo más mínimo.
Pasa a la página 4
Astilleros de ataúdes
Viene de la primera página
El día comenzó muy temprano en Cojimar. Desde el amanecer, decenas de familias comenzaron a construir sus balsas en salas, patios, terrazas y tejados, en una voragine que arrastró hasta la playa a negros y mulatos de Centrohabana, quienes llegaban a la costa en coches y viejos sidecares Ural cargados de madera, corcho y neumáticos para hacer, su balsa.
El día acababa de empezar, y mientras las calles de Cojimar se convertían en un gigantesco astillero, a esa hora en el golfo se organizaba una tormenta tropical. Pocos balseros lo sabían. Tampoco les importaba. El único parte meteorológico que consultó ayer aquella gente. antes de lanzarse al mar fue la frustración de ser cubano.
La radio y la televisión repitieron que la mar estaba revuelta y que la navegación era peligrosa para embarcaciones menores, y alguien captó una emisora de Miami que decía que el jueves habían aparecido muchas balsas vacías en el mar. Sin embargo, eso a Luis no le importaba. Su casa, en la calle del Morro, estaba llena de virutas, tela y trozos de goma, después de todo un día de trabajo. Durante toda la mañana estuvo saliendo a buscar cabos, clavos, maderas y se gastó casi 4.000 pesos en comprar los neumáticos y la poliespuma.
Ahora la balsa estaba ahí delante, y aunque a muchos en el malecón les pareció inmejorable, para cualquier persona ajena al drama cubano aquello no era otra cosa que un ataúd.
"A mí me da lo mismo morirme. Lo prefiero a seguir como estoy, pues aquí no hay comida, ni ropa, ni futuro, ni libertad ni nada de nada". Luis está de pie junto a su mujer y tres amigos, y los cinco se van a lanzar al mar a media tarde, cuando caiga el sol. Luis arrastra nueve intentos de salida ilegal del país y tres procesos pendientes por este motivo, y ya le da lo mismo todo. "!Yo quiero irme, irme, irme de aquí, cojones, no lo entiendes!".
A las cinco Luis y los demás sacaron su balsa de casa y la llevaron sobre un carromato hacia el agua en el Claro de Luna. El mar ya rugía bastante y en el horizonte había un monte de espuma donde varias balsas intentaban romper la marea sin conseguirlo. "Dale, cojones", dijo alguien de los que miraban, mientras en, el malecón de Cojimar más de mil personas lo animaban a gritos: "!Suerte!, !Tú sí vas a llegar". Luis casi lloraba de emoción, estaba seguro -de que iba a llegar, iba a llegar, y además en su cuello llevaba colgados collares de cuentas de Oshun y Orula que lo protegerían.
Sin embargo, posiblemente ahora él, su mujer y su familia estén muertos. Cuando ya su balsa se había perdido en la noche, las olas comenzaron a crecer y el tiempo empeoró. Muchos balseros decidieron posponer el viaje para el día siguiente, pero a esa hora ya cincuenta balsas como la de Luis estaban solas en medio del mar rumbo al paraíso., Alguna gente comenzó a rezar en varias casas de Cojimar.
Luis, sabía muy bien adonde iba y también que la mar era negra, e incluso era consciente antes de salir de que Estados Unidos podría cambiar su política hacia los balseros en pocas horas, pero pensaba que no podría detener o devolver a Cuba a: los que ya habían, salido. "Lo que hace falta es que lleguen vivos, luego ya veremos lo que pasa", decía una señora que acababa de despedir a sus dos hijos.
"!A qué hora se tira papo!", le preguntó una niña de unos cinco años a su madre al pasar por el círculo social La Costa, que antiguamente era el balneario de Cojimar, cerca de la fábrica de cara melos. Eran aproximadamente las siete de la tarde, y en ese momento el pueblo era una olla a presión. Cientos de ciclistas per seguían y vitoreaban cada nueva balsa que aparecia por una esquina, mientras por el malecón y el parque Hemingway pasaban ladas, moskovichs, motos, camiones y carricoches.
Muy cerca del Bar Restaurante La Terraza, dos coches patrulla de la policía acababan de detener una vieja camioneta Chevrolet de color rojo que llevaba a, cuestas una gran lancha con motor fueraborda. La lancha iba tapada con una lona verde y sobre ella iban subidas unas diez personas, entre ellas varios niños. La policía les pidio los papeles del barco y les dijo que sin demostrar que la lancha no era robada no podía echarla al mar.
Una multitud rodeó los coches patrullas. "!Al mar!, !Al mar!", gritaba la gente. Uno de los policías, desbordado, le dijo a un sargento: "Que se vayan pa'l carajo, chico". Pero no pudo ser. Cuando iban hacia la poceta de los Curas cientos de personas corrieron hacia allí para intentar subirse al barco. "Os lo van a hundir", exclamó de nuevo el Policía, que finalmente ordenó a los dos coches patrulla escoltar la camioneta hasta la salida del pueblo, y que los dueños se tirasen tranquilamente por cualquier playa del este de La Habana. En la poceta de los curas, un negro salía del mar en ese momento y tenía lagrimas en los ojos. Acababa de perder un bote.
Poco mas allá, otra mujer salía del agua tras empujar una balsa en la que se iba su hermano. El viernes tenía una entrevista en la sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana. "Si, mañana tengo mi entrevista y espero que me digan que sí, que me den mi visado. Si me dicen que no, mañana vengo aquí otra vez y me tiro en mi balsa".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.