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Un liderazgo sin alternativa

El poder omnímodo de Fidel Castro impide la aparición de dirigentes refomistas en el comunismo cubano

Tiene 68 años desde ayer, habla con lentitud y, para quienes no le odian, con cierta gracia. E insiste con pasión y terrible insistencia en sus lemas de. "Patria o' muerte" y "Socialismo o muerte". Y, sin embargo, son cada vez más los cubanos que todos los días hacen en la terrible travesía marítima hasta las costas de Florida su propio lema, en el que reniegan de lo que Fidel Castro llama patria y gritan en silencio, unos ahogados, otros muertos por deshidratación, otros recién llegados a tierras extrañas dejando atrás sus hogares y familia, su nuevo lema: antes la muerte que el socialismo de Fidel.En Cuba, la vida nunca ha sido fácil. Pero desde que se hundieron en Europa los regímenes comunistas y se disolvió la Unión Soviética el deterioro ha alcanzado un ritmo de vértigo. Han sido 35 largos años de ingentes esfuerzos solidarios movilizados por una gran idea asumida con sinceridad por una mayoría del pueblo. Y hoy grandes partes de La Habana y de otros rincones de esta otrora rica isla viven en condiciones que nada tienen que envidiar a los peores guetos de miseria del Tercer Mundo más profundo. Fuera de los núcleos de los militantes más convencidos o beneficiados por el sistema se ha impuesto la máxima del sálvese quien pueda.

Cuando no hay jabón, no hay comida, no hay medicinas, no hay electricidad muchas veces, ni petróleo, ni leche, cuando, el sueldo del mes no llega para comprar un bote de champú, la dignidad del pueblo, en nombre de la que se asumieron la falta de libertad, la militarización de la sociedad y la ideologización de todo el tejido social, es la víctima capital.

¿Lo sabe Fidel? se preguntan muchos cubanos. Como en todas las dictaduras con arraigo, en Cuba son aún muchos los que piensan que gran parte de los males que acosan a la población se producen porque el "padrecito",no lo sabe, porque su entorno lo tiene engañado. La imponente personalidad de Castro siempre ha eclipsado a sus colaboradores, incluso cuando se convertían en sus rivales y normalmente, al poco tiempo, en sus víctimas. Salvo su hermano Raúl, jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y considerado segundo hombre del régimen, son pocos los hombres de su entorno con gran presencia pública y muy escasos los datos sobre sus posiciones u opiniones reales, en caso de tenerlas, sobre la situación del país y posibles divergencias con Castro. Es normal, ya que desmarcarse de la posición de Castro es la vía más directa al féretro político.

Parece claro que hasta ahora nadie ha osado poner en cuestión el liderazgo de Castro y que, salvo su hermano, nadie cuenta con un poder efectivo en el aparato del Estado que pudiera convertirlo en un peligro para el presidente en caso de conflicto en el seno de la cúpula. Muchas esperanzas pusieron algunos observadores en Roberto Robaina, actual ministro de Asuntos Exteriores.

Hubo alguien que llegó a calificarlo como el Gorbachov cubano. Joven, recién llegado de la dirección de la Unión de Juventudes Comunistas, parecía el mejor hombre para encabezar un reformismo cubano que pudiera evitar este callejón sin salida en el que parece querer meterse Castro. No ha sido así.

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Robaina parece tener tan poca base real del poder en el partido como su antecesor en la jefatura de las Juventudes y hoy principal responsable económico del régimen, Carlos Lage, de tan sólo 4-2 años, y el interlocutor de Carlos Solchaga en los esfuerzos más bien infructuosos del ex ministro. de Economía español por convencer a la dirección cubana que la supremacía dé la ideología que imponen a la economía tiene necesariamente que llevarles a la catástrofe. En esto, Solchaga está teniendo toda la razón. Lage es, según gente que le conoce bien, un buen hombre, pero poco más. Salvo el caso en de que, cómo muchos sospechan, la tan anunciada reforma de la economía es tan sólo ese parche que necesita el aparato para no hacer ninguna reforma en lo político.

También había alimentado las promesas de un futuro mejor, al menos algo más ilustrado y humano, el antecesor de Robaina en la cancillería, Ricardo Alarcón. Tres décadas en la diplomacia lo habían convertido en un profesional de las relaciones exteriores tan diferente a otros diplomáticos cubanos, sólo obsesionados por no desmarcarse en sus opiniones de las tesis oficiales. Sin embargo, hoy ya está ocupando un cargo que en un régimen comunista viene a ser la antesala de la defenestración política, como es la presidencia de un Parlamento que no supone nada en la tarea legislativa y menos en la del control del Ejecutivo.

. Alarcón ha pasado a ser una promesa fracasada antes de ser promesa en el sentido estricto. Pero tampoco de Robaina piensa la mayoría de los observadores en La Habana que sea ya un candidato serio a dirigir lo que pudiera ser el cambio dé rumbo y el dirigente que lleve al Partido Comunista cubano a reconciliarse con las formas civilizadoras de Gobierno y sociedad plurales.

Queda la gran incógnita, el hombre que siempre estuvo a la sombra de Fidel, de su hermano, y sobre el cual difieren tanto las opiniones en Cuba como para añadir misterio a su siempre controvertida personalidad; es Raúl. Dicen muchos que es Raúl más duro que su hermano. Y otros que esa era precisamente la impresión que siempre quiso dar Fidel para advertir a la gente que la alternativa a su persona era aún peor que él. Y, sin embargó, quienes han tenido que ver con Raúl dicen que es mucho más accesible, más dialogante y, sobre todo, que es capaz de escuchar al prójimo y no sólo a sí mismo como su hermano.

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