Una guerra de parlamentos
La decisión de Izquierda Unida de unir sus votos a los del Partido Popular en el Parlamento andaluz para dar un revolcón al Gobierno de Manuel Chaves con motivo de la cesión del 15% de IRPF a las comunidades autónomas apunta, una vez más, a la existencia de un acuerdo tácito y al más alto nivel entre comunistas y conservadores para abrasar al Partido Socialista Obrero Español por sus flancos a fin de recoger, lo antes posible, los réditos electorales que pudiera generar el deterioro de la imagen de un Gobierno y un partido a los que se presenta como incapaces de gobernar el país.El viaje del Partido Popular hacia los caladeros de votos de centro -mientras mantiene indisputado el voto de la derecha más tradicional con sus declaraciones sobre Cuba, el aborto, la política antiterrorista etc...- se ve favorecido por esta alianza circunstancial, que da a los conservadores ese aire progresista con que les gusta adornarse de vez en cuando. Y no sólo les gusta ir del brazo con IU en determinadas ocasiones, sino que a veces desbordan a la coalición por su izquierda, proponiendo a un candidato como José Antonio Martín Pallín para el cargo de Defensor del Pueblo.
Escaramuzas simbólicas, como la resolución del Parlamento andaluz, alimentan además la táctica de campaña permanente tan querida por los populares, que no ocultan su afán de poner fin cuanto antes a la actual legislatura. Con encuestas electorales en la mano, los dirigentes conservadores creen que el Gobierno de Felipe González no podrá sobrevivir al fuerte retroceso que sufrirá su partido en las elecciones municipales y autonómicas de la próxima primavera. Por ello es probable que los populares sigan poniendo en marcha cada semana la "máquina electoral" en su ilusión de llegar cuanto antes a la Moncloa.
Lo que está menos claro es qué beneficio político obtiene Izquierda Unida, aparte, claro está, de la obvia ganancia electoral que podría dejar en la urna de IU un descalabro electoral del PSOE. No siendo la coalición de izquierdas, de creer a Anguita, una formación política que busque votos o parcelas de poder a cualquier precio -es conocida su consigna programa, programa, programa-, se entiende mal la iniciativa de los comunistas andaluces, que entra en contradicción frontal con los comunistas catalanes, a no ser que la autonomía de las federaciones que forman IU se invoque ahora para defender lo contrario en según qué parlamento. Anguita -que abomina en sus rotundas y didácticas declaraciones del oportunismo político y el caracoleo dialéctico de la escuela sevillana- debería explicar con cuál de los dos programas se queda, con el andaluz o el catalán, aunque es posible que nos deleite con el suyo, que será una superación dialéctica de los dos.
Pero si la zancadilla parlamentaria es una suerte muy aplaudida por quienes gustan de reir con las costaladas políticas de la hasta ayer poderosa mayoría socialista, la polémica del 15% puede convertirse en algo más que eso y cultivar algunos rencores profundos y peligrosos de la sociedad española. Una de las hipótesis inquietantes es que el anticatalanismo sea rentable en algunos electorados y que a ese juego este dispuesta a entrar la izquierda. La resolución del Parlamento andaluz ha sido entendida por todos los partidos catalanes -salvo el PP- como un ataque directo no sólo a la política de alianzas entre el PSOE y CiU, sino a la petición de mayor poder financiero para las autonomías que en origen contó con el apoyo unánime, incluido el PP, del Parlamento catalán.
La dinámica que se puede crear con parlamentos autonómicos enfrentados por el asunto de la financiación, con los partidos de carácter estatal divididos en la defensa de sus ámbitos territoriales, con los vascos y navarros ausentes y callados porque cuentan con sus respectivos conciertos que, a su vez, envidian los catalanes, es preocupante para las formaciones políticas de izquierda que, no se olvide, fueron las que más empujaron del carro autonomista. Y aunque la responsabilidad de esta situación complicada corresponde en mayor medida que a otros partidos al PSOE, por haber sido incapaz de diseñar una financiación de las autonómías cuando tenía el poder parlamentario para hacerlo, el resto de las formaciones políticas no debería seguir, aunque sea tentador, el oportunismo electorero que en su día dio tan buenos resultados al partido de Felipe González. En ese sentido, Izquierda Unida se sigue moviendo en una ambigüedad calculada en el tema autonómico que pone en evidencia la fragilidad de Anguita cuando proclama su programa, programa programa.
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