Eficaces y solidarias
PARECE UN signo de los tiempos: el Estado-nación, constructor del mundo tal como lo conocemos en Occidente, cada día sirve para menos cosas. No es ya eso tan sabido de que el Estado pierde poder, de que la economía se mundializa y de que la transnacionalidad es la marca que lleva en la frente la nueva sociedad posmoderna. Resultando pequeño ante lo grande, el Estado es también demasiado grande ante lo relativamente pequeño. Operaciones de urgencia como el socorro aportado a Ruanda están demostrando que son las ONG, las organizaciones no gubernamentales, las mejor capacitadas para llevarlas a cabo y no los Estados, engorrosos, anticuados, burocratizados, llenos de papel timbrado y directivas de imposible cumplimiento.La proliferación de las ONG es un fenómeno relativamente reciente. Hace ya más de siglo y medio que se fundó la Cruz Roja para aliviar a las víctimas de la guerra. Y siempre ha habido individuos cuya voluntad de ayudar al prójimo les llevó a puntos lejanos del mundo. Los misioneros, lejos de ser los agentes del proselitismo religioso de siglos pasados, hacen una ingente labor de ayuda lejos de sus lugares de origen, que en miles de casos es España. Pero ha sido en los últimos años cuando grupos de personas, unidas por sus intereses vocacionales más que profesionales y por su espíritu de ayuda, han articulado organizaciones que acuden con agilidad, espíritu de sacrificio y eficacia allá donde las catástrofes hacen sufrir a la población.
La prosperidad occidental genera de manera permanente un excedente de recursos que en épocas pasadas se transformaba en una caridad privada bienintencionada, pero a menudo incoherente y caótica. Hoy se distribuye, en parte de manera directa por los Estados, en forma de ayuda a los sectores más desfavorecidos en sus propias sociedades y al Tercer Mundo. Contribuyen tanto a resolver algunos problemas concretos como a domesticar los remordimientos y a lucir una buena estadística de la caridad institucionalizada.
Las ONG son hoy la plasmación concreta de esa caridad abstracta, inmediata, efectiva, necesaria. Las ONG nacen de la iniciativa privada, de la sociedad. A sus miembros no los, mueve únicamente el remordimiento de la riqueza, sino sentimientos de responsabilidad y solidaridad, directos, personales y admirables.
Y pese a ello, las organizaciones no gubernamentales no pueden ser totalmente independientes porque en gran parte su financiación la aseguran los Estados; porque no pocos de sus grandes operadores han sido funcionarios de la Administración o se hallan muy vinculados a ella; y porque el Estado debe facilitar el marco adecuado para su desarrollo y su operatividad. Su independencia no tiene por qué dejar lugar a dudas. Pero el Estado debe estar ahí, detrás de las ONG, y puede ser más habilidoso de lo que normalmente se le reconoce en subrogar su intervención, como vemos hoy en el crimen de civilización que acaece en Ruanda.
El Estado clásico sufre graves asechanzas. Pero se multiplica, se desdobla, sabe llegar de otra forma a donde no le cabría con su rígido ser de antaño. Y, en último término, no olvidemos que cuando hay que enviar cascos azules a Bosnia, o es precisa una fuerza de intervención humanitaria en la torturada Ruanda, las ONG han de ser protegidas por ejércitos, por los Estados. Las ONG son una expresión más de una sociedad moderna y estructurada. Hacen una labor encomiable. Pero no pueden convertirse en excusa de los Estados para hacer dejación de sus deberes.
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