La reserva
Muchos aficionados madrileños opinan que la fiesta de toros carecería de entidad si no se dieran las corridas domingueras en Las Ventas, y otros del resto de España están convencidos de que si no fuera por el rigor que exige la afición venteña, habría desaparecido ya del mapa. Y algo de eso debe de haber. Para ver toros, Madrid -se suele decir- que es quizá el último reducto, la gran reserva de autenticidad de la fiesta.De unos pocos años acá, las corridas de toros que se celebran en cualquier parte consisten en un coladero donde la lidia a nadie importa, menos aún la integridad del toro y la pureza del toreo, y el propósito del público parece cifrarse en pasar la tarde aplaudiendo, celebrar cuantos pases haya, aclamar los bajonazos, pedir una oreja, luego "la-o-tra, la-o-tra", sumar tantas que los toreros puedan salir a hombros por la puerta grande, presumir luego del número de orejas que han visto, y posiblemente no volver nunca más porque ese triunfalismo desatado encubre en realidad un soberano aburrimiento.
Palha / Lara, Norte, Tato
Toros de Palha, con seriedad y trapío, bien armados, mansos.Pedro Lara: pinchazo, otro hondo y descabello (silencio); pinchazo saliendo perseguido y empitonado, otro hondo, rueda de peones y estocada (silencio); estocada saliendo trompicado y descabello (palmas y pitos). Julio Norte: pinchazo saliendo volteado y estocada baja saliendo trompicado (palmas); pasó a la enfermería. El Tato, que confirmó la alternativa: bajonazo (palmas y también protestas cuando saluda); estocada perpendicular delantera contraria y cuatro descabellos (ovación y también pitos cuando saluda). Enfermería: asistidos Norte de cornada de 15 centímetros en axila derecha, que produce destrozos en músculo braquial, menos grave; y Lara, de herida leve en el pene, que no le impidió continuar la lidia. Plaza de Las Ventas, 17 de julio. Menos de media entrada.
Madrid es distinto. En Madrid son habituales las protestas si no es de recibo el toro, las advertencias al torero que practica un toreo ventajista, las palmas de tango en caso de reincidencia, el rigor en la concesión de trofeos... Mas si el toro de trapío sale, allí las ovaciones -ocurrió con el sexto de esta corrida dominguera-, allí los olés al toreo bien hecho -así al instrumentar Julio Norte el natural- aunque sea un solo pase entre muchos inconexos.
El mérito de los tres diestros se reconoció en función de la seria corrida que hubieron de lidiar. Norte pagó con una cornada su decisión al matar al tercer toro, cuya violencia intentó atemperar plantándole cara en el toreo en redondo, mejorado después en los naturales, ya que el animal iba noble por ese pitón. A la de cuadrar, quedó reservón el toro y esperando al torero, que marcó el volapié en la suerte contraria y resultó cogido en su primera entrada, trompicado en la segunda.
El Tato intentó el buen toreo en todas sus intervenciones, citó cruzado y cargó la suerte tanto al toro probón con el que confirmó la alternativa como al quinto, que resultó de una mansedumbre bonancible. A este le sacó, obviamente, los mejores muletazos, de especial calidad los ayudados ganándole terreno hacia los medios y dos tandas de redondos, ejecutados con ajuste y hondura.
Por la cogida de Julio Norte, Pero Lara hubo de matar tres toros uno de los cuales le cogió a él también. Fue el cuarto y sucedió el percance tras ensayar el volapié. Perdida la muleta en el embroque, el toro se arrancó y le metió el pitón allá donde más duele. Pasó a la enfermería, se corrió turno y pechó en sexto lugar con un torazo de 641 kilos, que desarrolló mansedumbre en el primer tercio y en los restantes hizo manifestación clamorosa de su descastada catadura. Unido al violento segundo y el manso hudizo cuarto, todos tres compusieron un lote deslucido con el que Pedro Lara sólo pudo estar voluntarioso.
La corrida dio mal juego en conjunto, si bien no se descarta que empeorara con la mala lidia. Los picadores la machacaron mediante esos puyazos alevosos que han convertido en pauta, siempre traseros, apuntando a destrozar los espinazos si no son los puros riñones, aprovechando que los animales se enmarañan en el peto para envolverlos en la carioca y acorralarlos contra las tablas. El Pimpi mayor perpetró esta tropelía con singular denuedo poniendo además la cara siniestra de uno de las cuatro jinetes del Apocalipsis (el segundo por la izquierda). Le abroncó el público la fechoría aunque también es verdad que en cualquier otra plaza se la hubieran ovacionado. Son las cosas que pasan. A fin de cuentas, una corrida de toros en Madrid y en cualquier otra plaza se parecen lo que un huevo y la máquina de coser.
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