_
_
_
_
Reportaje:

Regreso a la Isla del Tesoro

Edimburgo recupera a Robert Louis Stevenson a los cien años de su muerte

Una placa dorada recuerda a los visitantes que el número 17 de Heriot Row, en plena zona residencial de Edimburgo, es un domicilio privado y no un museo, por más que en la casa viviera entre 1857 y 1880 el escritor Robert Louis Stevenson. Aún así, los autobuses repletos de turistas se detienen a diario ante el señorial edificio de tres plantas, una visita especialmente obligada el año en que se cumple el centenario de la muerte del autor de La isla del Tesoro, El increíble caso del doctor Jekyll y mister Hyde y Secuestrado.Edimburgo, la ciudad por la que Stevenson sintió adoración y rechazo, la que nutrió su mente de historias y personajes, agrandados después por su imaginación de eterno enfermo, encabeza con exposiciones, obras musicales, y hasta billetes con su efigie, emitidos por el Banco de Escocia, la conmemoración internacional de un escritor que deslumbró a sus contemporáneos y a las generaciones posteriores. Robert Louis Stevenson (Edimburgo, 1850-Samoa, 1894), emerge de la exposición de la National Library, en la frontera de la ciudad vieja, como un personaje de sus propios libros.

Pálido, lánguido y seductor personaje de líquidos ojos castaños, escasamente interesado en los acontecimientos de la vida cotidiana. Pictures of de Mind (Fotografías de la mente) es la primera de las exposiciones inauguradas en el año de Stevenson. Elaborada con material de la propia Biblioteca Nacional escocesa y de las principales bibliotecas norteamericanas estará abierta hasta finales de octubre. En agosto otras dos exhibiciones se sumarán a Pictures of the Mind. Una en el Museo Real de Escocia, sobre Las islas del tesoro, que pretende bucear en los antecedentes fantásticos de la novela que hizo célebre para siempre al escritor escocés. La otra, bajo el elocuente título de ¿Jekyll o mister Hyde?, en el Centro de Arte de la ciudad, ahondará en la personalidad atormentada e inaprehensible del propio autor, en la búsqueda de los paralelismos entre Stevenson y su famosa novela inmortalizada por el cine.

El rostro demacrado de Robert Louis Stevenson, devorado por una enfermedad que ningún médico descifró completamente, una mezcla de tuberculosis y de bronquitis crónica, asoma en carteles y folletos distribuidos por todo Edimburgo. La ciudad, de la que siempre quiso huir, con la imaginación primero, físicamente después, pretende recuperarle a toda costa. Hijo único del ingeniero Thomas Stevenson, miembro de una familia que dio a la ciudad cinco generaciones de ingenieros y de una devota hija de pastor presbiteriano, Margaret Balfour, Stevenson creció en el lado burgués de Edimburgo.

En la sólida y sombría New Town, trazada con cartabón y escuadra entre los siglos XVIII y XIX, para servir de residencia a la pudiente clase media victoriana que necesitaba atrincherarse frente a los peligros de la pobre,

intrincada y pecadora Old Town medieval. Las dos caras de Edimburgo, su ambivalencia casi humana, aparece mas desdibujada ahora, cuando la Ciudad Vieja se ha convertido en un zoco turístico. "Aunque la New Town, con sus burgueses: abogados, médicos, ingenieros, sigue albergando los mismos personajes que en los tiempos del escritor", explica John Macfie.

Macfie, un abogado en la treintena, es el décimo inquilino del número 17 de Heriot Row. Sus padres se instalaron en la casa de Stevenson cuando él tenía 11 años. Su devoción por el escritor le permite convivir con los fantasmas que, a buen seguro, pueblan un edificio en el que no ha tocado apenas nada. "Hemos modificado únicamente la cocina, y le hemos puesto calefacción central", dice Felicity, su mujer. Lo han hecho no sólo por comodidad personal, sino por exigencias de su propia empresa.

Los Macfie organizan en el marco especial de Heriot Row cenas y comidas de encargo, o pequeñas sesiones musicales, e incluso seminarios. Una forma de contribuir al mantenimiento del edificio y de aprovechar su gancho turístico. Algo que a Stevenson, muerto a los 44 años de una hemorragia cerebral, no se le habría ocurrido nunca. Pero las cosas han cambiado mucho en el mundo como para dejar intacto Heriot Row. La casa donde el pequeño Robert Louis escuchó de labios de su nodriza Alison Cunningham las historias fantásticas de los clanes de las Highlands tiene otro espíritu.

Aunque el amplio salón, de techo altísimo, esté casi intacto, tal y como estaba cuando Stevenson vivió su inevitable enfrentamiento con la autoridad paterna y cuando lo abandonó para casarse en 1880 con una mujer norteamericana siete años mayor que él, separada y madre de dos hijos, llamada Fanny Osbourne. Stevenson inició con ella el último periodo de su vida, el más fructífero como escritor, quizás también como persona. En 1881, cuando la familia residía en Inglaterra, en un paisaje amaestrado y tranquilo, el escritor concibe la primera idea de lo que sería La isla del tesoro.

Todo empezó con el dibujo de un mapa de una isla secreta para su hijastro Lloyd, luego, siguió la inmortal historia. Adicto al relato, a la palabra escrita, Stevenson carecía de pretensiones y de otro objetivo que divertir, entretener. La isla del tesoro o el motín de la Española fue publicada por entregas en una revista de relatos para jóvenes, bajo el seudónimo de Capitán George North. No tuvo mucho éxito, pero en 1883 consiguió publicarla como novela. Stevenson, un escritor visual como pocos, refleja en su correspondencia una extraordinariamente moderna preocupación por las ilustraciones.

Cuando en 1886 publica El extraño caso del doctor Jekyll y mister Hyde, el éxito en su país y en los Estados Unidos es abrumador. Hasta la reina Victoria lee apasionadamente la novela. Una historia extraída de un inquietante sueño del propio autor, pero también de la eterna cuestión de la dualidad de la vida. Del bien y el mal en perpetua compañía, en cierto modo, indivisibles. Admirador de Dostoievski, Stevenson ha leído con placer Crimen y castigo, y ha experimentado él mismo el drama de los impulsos con trapuestos. "El doctor Jekyll pertenece a esta ciudad", opina John Macfie, "no se trata de un personaje concreto, pero por ejemplo, muy cerca de esta casa, en Queen Street, vivía el doctor Simpson, inventor del cloroformo. Puede haber sido una fuente de inspiración para Stevenson, porque él mismo solía probar todas las subtancias con las que experimentaba".

El éxito y la muerte de su padre, deciden a Stevenson a abandonar Europa en 1879. Vende la casa de Heriot Row y se traslada a los Estados Unidos, convertido ya en un personaje al que persigue la prensa. En esta última etapa de su vida, el soñador y el viajero se encuentra, por fin, frente a frente con los Mares del Sur, y no puede resistírseles. Después de viajar por las islas del Pacífico en increíbles barcos de vela durante largos e interminables cruceros, en febrero de 1890 se instala en Upolu, una isla de Samoa hecha a su medida. "Viajo no por ir a ninguna parte, sino por el placer de ir", diría Stevenson, pero en su propiedad de Vailima pareció encontrar el sitio definitivo.

Sorprendentemente, el hijo rebelde hizo traer de Edimburgo el severo retrato de su padre para colocarlo sobre la chimenea de su tropical residencia. Dicen que la muerte le sorprendió cuando bajaba a la bodega a por una botella de vino para la mesa, el 3 de diciembre de 1894. El mismo había dicho una vez: "Ser lo que somos y llegar a lo que somos capaces de llegar, es el único objetivo de la vida". Acaso en sólo 44 años había cumplido su misión.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_