Sobre el oscuro brazo de Monzón
Los termómetros ya han alcanzado esas temperaturas en las que la existencia comienza a carecer de sentido si no pasa algo gordo. Gracias al brazo de la Cibeles y a las cartas confidenciales del general Monzón y al Wimbledon de Conchita Martínez, y a los encarcelamientos de Sotos y compañía, y a los Mundiales de fútbol; gracias a todo eso, y mucho más, vamos sobreviviendo a las temperaturas, éstas que le quitan sentido a casi todo. El problema, cuando el termómetro pasa de los 40 grados, es que la realidad común pierde masa muscular y esa pérdida nos enfrenta a la inutilidad de todos nuestros actos.De manera que cuando Madrid se vuelve irreal y nos devuelve una imagen de nosotros mismos que tiene la consistencia gelatinosa de las pesadillas, lo que necesitamos es realidad, daríamos cualquier cosa por un pedazo de realidad. Entonces, llega el general Monzón, que es real como la vida misma, desenfunda la pluma y nos da un respiro. El general Monzón es un monumento a la realidad: da miedo oírle y eso es de agradecer, porque el miedo es una de las terapias mas eficaces para combatir el sentimiento de irrealidad. Uno de los tipos más reales que circulan por Madrid en estos momentos es el que le arrancó el brazo de mármol incorrupto a la Cibeles. Luego lo abandonó en la calle por miedo, o porque no sabe el partido que se le puede sacar a un brazo incorrupto. Aunque me parece, no estoy seguro, que se ha quedado con un dedo con el que seguramente se hurgará la nariz. Hay gente que no sabe utilizar los dedos de otro modo.
Ese tipo vive una existencia real: a lo mejor le ha dado un ataque de culpa (la culpa también es muy real) y reza para que todo haya sido un sueño, incluidos los mundiales. Que se pase al tenis, que tiene unos hinchas más civilizados. Ahora que, si yo tuviera que elegir entre el pellejo de este tipo y el uniforme del general Monzón, me quedaba con el pellejo del tipo. No me gustan los generales que utilizan el uniforme a modo de pellejo. Detesto el grado de realidad que produce el fascismo, por eso he llegado a odiar también, sin conocerlo, al mutilador de la Cibeles. Me recuerda a aquel general que tuvo secuestrado otro brazo con el que firmaba las penas de muerte ala hora del café. Yo le vi un día este brazo y no estaba incorrupto, sino momificado, que es distinto. No sé cómo podía vivir con él: tenía el color oscuro de las, cosas que no comprenderemos nunca.
Las cartas del general Monzón estaban escritas con su brazo, oscuro. Al general Monzón le levantas la manga y aparece un órgano momificado. Por eso, sus artículos tenían ese sabor a papiro que habíamos olvidado hasta la aparición de las epístolas morales a Álvarez del Manzano. La diferencia entre el brazo incorrupto de santa Teresa y el de nuestro general es que el de la santa, además de escribir como los ángeles, nunca estuvo e n venta, mientras que el del general podías comprarlo por 30.000 pesetas, una ganga. Qué historia tan dramática, tan real, para los 40 grados de temperatura, la de un cadáver momificado que se empeña en sufrir la corrupción común a los cuerpos sin vida. El general Monzón no hablaba de las piernas de De la Merced o de la Villalobos por machismo, o por que estuviera salido, que también, sino por envidia de esa carne fresca y con capacidad, por tanto, de padecer todavía alguna corrupción.
El general Monzón es una mojama, para quien la situación actual es obetivamente peor que la del 23-F. También leímos sus artículos sobre el 23-F, general. Ha dado usted, como el vándalo que le ha quitado un brazo a la Cibeles, un soplo de realidad a este Madrid calenturiento. O sea, que nos ha dicho dónde estamos y a qué podemos aspirar. Muchas gracias.
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