Triunfo de la poesía
El martes 19 de marzo de 1957, día de san José, Lezama Lima anota en las páginas ilustradas de una agenda del año anterior: "Fineza grande de mi madre orquestando mi fiestecita. Recordándole a mis hermanas, Rosa y Eloísa, la carne fría mezclada con jamón, deliciosa, y el pudín de pescado, con el aceite penetrando la densidad marina de la carne". Intimidad, celebración, sabor. Se unen los amigos, viejos y jóvenes -alguno traidorzuelo con el tiempo, fieles los más-, para ofrecerle companía; otros le mandan telegramas o llaman a su casa por teléfono. Su sobrino Ernesto le regala una corbata "de pinta sobria"; a la esposa de éste "le estalla un golondrino en el nido axilar. Se marea". Eloísa ya sueña con la fiesta del año venidero, que será más rumbosa todavía. Y anda la mar de preocupada Rosita porque "el pepino no estaba bien cuadrado en la carne fría". El que todo esto observa como arte y parte, prueba al instante de su propia salsa y la detalla en crudo (cascada de gerundios, traducciones dudosas, asilvestrada sintaxis), nos cuenta que ese día almorzó con otro gran poeta, Gastón Baquero: "Comida francesa con simpática verba criolla". Luego, al anochecer, se vuelven a encontrar los dos amigos para salir con dos mujeres, escuchar música de Vivaldi, comer butifarras provenzales y beber un coñac griego, Metaxa, hecho con uvas de Corinto.Ni más ni menos, todo un santo día. Descrito con alegre sencillez, reflejo textual del convivir de los diversos elementos que forman el microcosmos del creador festejado, su "mundo en su propia simpatía". Es tan sólo un ejemplo y una sola manera de recordar el paso de los días. Pero hay otros ejemplos y otras maneras para romper con lo repetitivo de pasar página. No en balde este escritor apuntó los peligros de poseer una sola cuerda (Whitman), muy semejante a la que tanto ahorca ahora a los epígonos aplicados del maestro habanero y délfico. Hay, pues, diversidad encantada en las poco más de cien páginas que componen un libro recién aparecido en México, editado por Era, bajo el título algo excesivo de Diarios, de José Lezama Lima. Y esa diversidad de hondura, incluso cuando flota sobre lo más trivial, se halla repleta de enseñanzas para el estado actual de aquello que hoy se escribe en esa misma lengua.
A eso nos gustaría llegar. Mas señalemos antes, con súbita pasión por lo didáctico, que este libro, compilado y anotado con cuido por Ciro Bianchi Ross, recoge anotaciones fechadas en dos periodos diferentes: 1939-1949 y 1956-1958. Se da también un divertido apéndice, donde el compilador evoca una conversación con Lezama. Lo anotado era de numerosos hilos: filosofía, sueños, conversaciones, religión, crítica, aforismos, amistades, gastronomía, música, pintura... Y, claro está, por encima y por debajo de todo, aparece la reflexión constante sobre la escritura y, muy en especial, sobre la poesía. Dice Lezama de ella: "La poesía sólo es el testigo del acto inocente único que se conoce- de nacer. En metafísica la continuidad se vuelve linealidad, risible sucedido. En poesía el punto nunca se continúa. Es estúpida la frase madurez poética. Es imposible encontrarle un sentido". Por consiguiente, festeja el triunfo de la poesía "sobre las repetidas experiencias o sobre la cultura cuantitativa". O se pone del lado de santa Teresa para expresar que el éxtasis se tiene lo que dura un avemaría y, pues no se prolonga, no se vive de hecho en su ser: "Vivir en éxtasis, más que a santidad, huele a burocracia a lo divino". Y al sentimentalismo lo mantiene a raya con ajustada crudeza: "Antes de sacarse los versos del alma, hay que sacarse el alma del culo"
Fragmentos de fragmentos, poética en estado de nacer. Columna isleña de verano ahumado. Es decir: lo que aquí nadie llevará a la playa. Y, sin embargo, encuentro venturoso con un escritor que así resume una jornada: "Cama, antojos, títere, bulbos de junco".
Babelia
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