Albañiles de Madrid en Móstar
La Comunidad construye un orfanato en Bosnia
Toda la ayuda que se pueda prestar para la reconstrucción de Mostar, capital de Bosnia-Herzegovina, y sobre todo en su sector musulmán, el más castigado por la violencia del conflicto, es poca. La Comunidad de Madrid, a través del Instituto de la Vivienda (Ivima), ha decidido aportar su granito de arena. En colaboración con el Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad (MPDL), construye cuatro casas prefabricadas que cobijarán a 46 niños y niñas huérfanos de guerra. Doce trabajadores desplazados desde Madrid y varios cascos azules se esfuerzan para poder inaugurar el centro antes del 10 de julio, día en que finaliza el alto el fuego acordado entre las partes en conflicto.Con un coste de 20 millones de pesetas, los cuatro pabellones prefabricados, de 500 metros cuadrados cada uno, acogerán dos dormitorios, un comedor con cocina y un aula con capacidad para 50 alumnos, que al finalizar las horas lectivas se convertirá en escuela-taller para impartir enseñanzas complementarias dirigidas a otros jóvenes y personas mayores de la ciudad, según Patxi Agastaminza, representante del MPDL en Bosnia. Un exhaustivo trabajo de los objetores de conciencia del Movimiento por la Paz en coordinación con el Gobierno de Mostar, ciudad habitada por 100.000 personas, ha permitido seleccionar a 46 niños y niñas a los que la guerra les ha privado de sus progenitores y que viven temporalmente en casas de familiares o amigos esperando que la colaboración madrileña ponga a su disposición los barracones prefabricados.
PASA A LA PÁGINA 4
La burocracia croata retrasó la llegada de la ayuda de Madrid
VIENE DE LA PÁGINA 1El camino de los grandes contenedores que transportaron por carretera el material desde Madrid no ha sido fácil. La burocracia croata retrasó durante dos días la llegada de los paneles metálicos, el aislamiento y las vías en que se sustentan los barracones. En la explanada donde poco a poco van alzándose estos materiales ya con forma de casa, un nutrido grupo de ciudadanos musulmanes y numerosos críos se apiñan en torno a los soldados y trabajadores chapurreando castellano.
La calma facilita la construcción de los pabellones, a pesar de escuchar esporádicamente el sonido de disparos o el impacto lejano de los morteros. Nada amilana, sin embargo, a los operarios del Ivima, que aseguran no temer estar allí. Encaramados al techo de los barracones, lucen como toda protección una gorra para el sol, mientras los soldados españoles acarrean agua embutidos en su chaleco antibalas.
Juan Amores, encargado del Ivima, asegura que su piel, mientras se golpea el pecho con la mano, es el mejor chaleco que tienen. Javier coincide con su capataz y afirma que sus familias se preocupan más que ellos.
Desasosiego
Pero ninguno puede ocultar un cierto desasosiego cuando al final de una dura jornada milicianos croatas cortan el paso en el puente por donde habitualmente transitan los trabajadores para llegar a su vivienda temporal, situada en Çitluk, a 20 kilómetros de Mostar. Los musulmanes han detenido a un conductor de camión croata y los pasos están cortados como represalia en un intento de que nadie abandone la ciudad.
Hay que recurrir al batallón español, y un vehículo blindado, siguiendo una ruta de montaña, abre paso a los vehículos que transportan a los trabajadores, escoltándoles hasta su destino.
Las mayores dificultades surgen a la hora de conseguir ladrillos, arena o grava para hacer cemento por la cantidad de papeles que hay que rellenar y las barreras que tienen que sortear.
Todo el mundo es pesimista en esta ciudad prácticamente destruida con el acuerdo alcanzado entre croatas y musulmanes. El antiguo edificio que servía de orfanato, reconstruido ya en dos ocasiones y destruido otras tantas, ya no aguanta más remodelaciones. Los prefabricados lo sustituyen pero en Mostar Este se teme que si se inician los combates de nuevo pueda convertirse en objetivo del fuego enemigo. "Aquí no se respeta nada", asegura uno de los cascos azules.
La población musulmana de Mostar no oculta su agradecimiento. Irna, con su nieta en brazos y el rostro marcado por la tristeza, aprovecha la caída de la tarde para comprobar la marcha de los trabajos. No tiene palabras suficientes para agradecer la colaboración de estos madrileños que llegan a su ciudad "en tiempos difíciles, para ayudar a los más débiles".
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