La Scala de seda
Milán se ha quedado prácticamente sin otra orquesta que la de la Scala, pero es preciso reconocer que se trata de una formación todoterreno, extraordinariamente ágil, de inusitada brillantez y una capacidad camaleónica para adaptarse a las muchas e importantes batutas que la dirigen. Como batuta importante, la de Wolfgang Sawallisch (Múnich, 1923) brilla por sus propios méritos fundamentados en una concepción muy seria del oficio y un análisis riguroso de cuanto interpreta. La actitud de Sawallisch se alza como ejemplo, si no solitario, sí infrecuente, de alteza de miras, en medio de la ola de divismo que invade nuestro mundo musical en el que todo parecen ser tenores.Sawallisch pasa de tan frecuentes y financieras tentaciones, hace música lo mejor que sabe y la verdad es que sabe hacerla muy bien. Nada más iniciar. su actuación en el Carlos V con la obertura de Manfred de Schumann, todos nos sentimos alertados al comprobar la intensa y medida belleza con la que Schumann transfiguró en sonidos las impresiones literarias recibidas en la lectura frecuente de su admirado Byron. La Filarmónica scagliera hizo densidades propias de una orquesta germana, sin renunciar a esa expresión vibrada que la caracteriza.
Orquesta Filarmónica de la Scala de Milán
Director: W. Sawallisch. Solista: Ángel Jesús García, violinista. Obras de Schumann, Mendelssohn y Bruch.Capilla Peñaflorida Director: J. Bagüés. Obras de Soler, Scarlatti y Torres. Patio de Carlos V y catedral. 1 y 2 de julio.
Diez años anterior a Manfred es la Sinfonía escocesa de Mendelssohn, estrenada en 1842, el gran clásico del romanticismo, el puntual y transparente ordenador del discurso musical y de las pasiones que lo mueven. Pero, con todo y tratarse del paisaje exterior e íntimo de la tierra escocesa -una de las referencias del romanticismo- en Mendelssohn hay siempre más luz, mayor fluidez melódica y una elegancia entendida como noble valor artístico que convierte sus obras en modelos de perfección.
Sawallisch y los profesores milaneses de la orquesta se mantuvieron en ese difícil punto medio de intención y exteriorización Wolfgang del que el autor del Sueño de una noche de verano hizo cátedra, tal y como la hace Sawallisch al asumir y transmitir sus limpios pentagramas.
En un nuevo gesto de homenaje a Sarasate, la dirección del festival programó el Concierto número 2 en re menor, que Max Bruch dedicara al violinista español, en el que fue ahora solista otro valioso compatriota, Ángel Jesús García, violinista de grandes méritos que se identificó plenamente con el talante formal y la afectividad lírica de Sawallisch.
Tuvo que luchar con un Patio de Carlos V invadido por los vientos africanos, que era una auténtica sartén, por lo que los músicos de la Scala actuaron en mangas de camisa, libertad que no se tomaron ni el maestro ni el solista. Tuvimos así una Scala de seda, tanto por el atuendo como por el brillo terso de la música que escuchábamos.
El día anterior, en la catedral, el combate de la capilla Peñaflorida que dirige Jon Bagüés se libró contra la acústica decididamente inconveniente, mas resultó interesante seguir el Tedeum de Scarlatti, el nuestro, el Magnificat, de Antonio Soler, y las Vísperas de José de Torres (1655-1738), quizá la obra con mayores bellezas entre las programadas. Bien está sacar de las benefactoras catacumbas de la musicología éstos y otros trancos de nuestra historia musical para vivirlos y sumarlos al acerbo del que, de una o de otra manera, venimos.
Babelia
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