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Crítica:FESTIVAL DE GRANADA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un recital modélico

Granada En el Auditorio Falla rebosante de público, el pianista Vladimir Ashkenazy inauguró el 430 festival, que a su vez estrena director: el inteligente compositor y profesor de arte madrileño Alfredo Aracil (Madrid, 1954). Con él, los ciclos granadinos entran en una nueva y prometedora etapa y creo que, sin tardar, Aracil va a situarlos al nivel de los tiempos y las circunstancias que vivimos.Había anteanoche un ambiente general ilusionado, como de quien continuando vuelve a comenzar; se observa un cuidado de detalle en todo, un refinamiento tan culto en el plano ideológico como en la edición de los programas, tan fiel a la universalidad como al granadinismo del festival, tan abierto a todas las expresiones artísticas y culturales como a todos los públicos.

43º Festival Internacional

VIadirnir Ashkenazy, pianista. Obras de Beet oven y ro o ev. Auditorio Falla. Granada, 18 de junio.

Que semejante espíritu asome su talante junto al pianismo perfecto, preciosista y sin excesos de Vladimir Ashkenazy, quizá parece una jugada maestra del azar, pues el intérprete ya estaba contratado anteriormente. Su recital para la noche inaugural del festival resultó ser modélico: una parte Beethoven y otra Prolcoflev, un clásico del romanticismo frente a otro del siglo XX. Todo un acierto.

Control absoluto

Las Sonatas opus 31, nos dan un Beethoven "en el medio del camino" que siguió su pensamiento y su estilo, pero no por ello, menos genial, sobre todo en la Segunda sonata en re menor, denominada La tempestad, por referencia a Shakespeare. Quizá lo mejor de un pianista tan grande como es VIadimir Ashkenazy, sea su capacidad para reducir a unidad todos los elementos que mueven e integran una obra: calidad sonora, claridad de ejecución mecánica, primor de detalle y, en la versión como en el gesto mesura, seguridad, control absoluto y un frescor que resulta tan natural que logra reverdecer todo cuanto toca.

Como introducción ideal a la Sonata número 8, en si bemol, de Prokofiev, ofreció Vladimir Ashkenazy la Escena de amor y baile de máscaras de Romeo y Julieta, desentrañada hasta mucho más allá de lo que se puede calificar de puramente gestual.

Después la gran obra que su autor dedicara a Mira Mendelsson, su segunda mujer, una página espléndida como música sustantiva y técnicamente pianística. El poderío, la profunda y perdurable originalidad, la riqueza de invención y contrastes nos llegó en toda su veracidad gracias al arte sin mancha, tampa ni cartón de VIadimir Ashkenazy. Ante el entusiasmo clamoroso y el aplauso interminable del público asistente -¿cuándo nos olvidaremos de las palmas rítmicas y uniformadas?- expuso un Impromtu de Schubert que cerró el concierto inaugural en maravilla pura e inolvidable.

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