"Me gustaría ser el tío golfo de mi público"
Acaba de salir al mercado Esta boca es mía, undécimo disco de Joaquín Sabina. Es el álbum más meticuloso, maduro y sincero del artista jiennense, que vendió más de un millón de ejemplares en todo el mundo de su anterior trabajo, Física y química.
Joaquín Sabina (Úbeda, Jaén, 1949) veló sus armas musicales hace más de 20 años en un bar madrileño ya desaparecido, La Mandrágora, donde compartía escenario con Javier Krahe y Alberto Pérez. Músico urbano por antonomasia, en Esta boca es mía ha montado un retablo de ritmos (rock, swing, balada, rumba, salsa, bolero) y sensaciones (olvido, melancolía, derroches, fantasmas, quereres, mentiras y desengaños). Tiene talante torero y chulapo; compone, canta, viaja, trasnocha, protesta, ríe, fuma, bebe, vive. Le espera un verano de giras muy ajetreado -este fin de semana actúa en Varadero (Cuba)-, pero ama el vértigo. Muchas veces ha proclamado que "como fuera de casa de uno, en ningún sitio".
Pregunta. En la carpeta de Esta boca es mía hay unos labios que se repiten exactamente 20 veces. ¿De quién son esos labios tan presentes?
Respuesta. Me encantaría que fueran míos, pero no lo son. Nunca diré a quién pertenecen. "Frescos y codiciables son los besos", decía Cernuda. Siempre que se me pone una boca a tiro, saco la muleta y cito. Pero los mejores labios son los que uno no ha besado.
P. A los 45 años, parece usted más sosegado, pero también más chulo que nunca.
R. Me puedo permitir la chulería. En discos anteriores pedía perdón. Ahora, no. Esta boca es mía es un álbum muy decente, un autorretrato sin maquillajes. Madurez y seguridad no son sinónimos. Estoy desorientado y perdido, pero asumo mis inseguridades: esto es lo que hay.
P. Entre usted y su público existe un guiño incitador a la transgresión.
R. Cuando era chaval eché mucho de menos a ese tío golfo o a esa prima puta que casi todo el mundo tiene. Me gustaría ser el tío golfo de mi público. La golfería es madre de buenas canciones. Pero abomino del alcohólico coñazo, del drogadicto que sólo habla de drogas. Cada uno debe saber hasta dónde apurar la noche, cuándo merece la pena tirarse cuatro días sin dormir, cuál tiene que ser el último güisqui, en qué momento hay que tirarse. Yo, en estas ocasiones, me largo a la francesa. Digo que voy a mear y me esfumo.
P. ¿Ha hecho usted algún pacto con el diablo?
R. He hecho un pacto conmigo mismo que consiste en quererme un poquito más y aceptar las luces y las sombras. No hay que hacer trampas al espejo. El mundo sí merece trampas y cortes de manga.
P. ¿Qué hace usted cuando le deja una novia?
R. Me vengo de ella escribiendo un bolero que la persiga de por vida. Tengo poco sentido del pasado. El olvido es una palabra muy hermosa que sale mucho en mis canciones. Se parece a la muerte, pero prefiero el olvido y las mentiras piadosas, imprescindibles para vivir. "Miénteme, dime que me amas", decía Johnny Guitar.
P. Usted es de izquierdas ostentosamente. ¿Milita?
R. Yo soy rojo, simplemente. Nunca he militado. Ser rojo, más que ideología, es un modo de ser.
P. ¿Cuál es la taberna más fascinante que conoce?
R. Sin duda, el bar Tenampa, de la plaza de Garibaldi, en México. Y también aquella desaparecida Mandrágora, donde fuimos tan felices. En cuanto a bebidas, un buen vino, un tequila, un güisqui. Odio la Coca Cola, no por el sabor sino por la cultura que lleva detrás, que recuerda Vietnam y a las hamburguesas. Es la chispa de la muerte.
P. En algunas canciones habla de fantasmas. ¿Existen?
R. Naturalmente. Son los miedos, los terrores. Hay angustias que te pueden llevar a graves depresiones, a la locura. Yo estoy seguro de que no me voy a suicidar, pero nunca sabe uno si no llegará a enloquecer, nunca sabe uno a dónde le conducirán los avatares de la vida.
P. ¿Cuál es su vicio predilecto?
R. El más querido y más deseado: el deseo abstracto de que me pasen cosas emocionantes. Y César Vallejo, Jaime Gil de Biedma, Brassens, Dylan, José Alfredo Jiménez.
Babelia
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