Yo también soy ruandés
"Cada ser humano es único, irreemplazable en sí mismo y para algunos otros, a veces para la misma humanidad. Y, sin embargo, la historia hace un espantoso gasto de individuos que no habrá forma de evitar mientras la violencia sea necesaria para los cambios sociales". Esta frase la escribió Raymond Aron en los años treinta, antes incluso de la II Guerra Mundial, pero lamentablemente sigue aún manteniendo toda su vigencia.La tosca persistencia de la violencia en cada una de sus formas nos sigue mostrando un mundo en el que los conflictos se saldan con la muerte, el exilio y la miseria de poblaciones enteras. Hoy, los ríos de Ruanda vienen a simbolizar a ese otro gran río de la historia que baja cargado con los cadáveres arrojados por los hombres que niegan a otros hombres. Ésta es la única herencia que no requiere ir precedida de ningún testamento. Cualesquiera que sean los signos del progreso, es evidente que el hombre sigue siendo incapaz de aprender del sufrimiento, de actuar frente a él fuera de su área de interés inmediato: de verlo siquiera.
Hace ya algunos meses, la portada de este diario recogía la foto de uno de los niños de Bosnia abandonados por sus cuidadores en su hospicio para enajenados mentales. Al pie de la misma figuraba la siguiente leyenda: "La mirada extraviada". Desconozco, como es lógico, quién sea el periodista a quien se le ocurriera tan afortunada expresión, ni si con ella quería transmitir algo más de lo que aparentemente decía. Porque lo que a mí me sugirió al momento fue que el extravío en el mirar no se refería en realidad al niño, sino a quienes lo observábamos. No ya a él, desde luego, sino a los acontecimientos que permitieron su nuevo y reduplicado desamparo. En su mirar alejado descubrí de repente nuestra propia incapacidad para ver, para contemplar la injusticia y la miseria en sí y, a la postre, la afirmación de nuestra indiferencia. Una mirada errante, la triste mirada de un ser "privado de razón", sirvió para reflejar -como en un espejo- la sinrazón de un mundo supuestamente "racional".
La contradicción resultante se explica en parte por la brecha creciente que se abre entre aquello que somos capaces de hacer, gracias al vertiginoso aumento de la racionalidad asociada a la ciencia y la técnica, y aquello que podemos hacer, los supuestos límites de nuestra acción política. Como sugería Hanna Ahrendt enfrentándose a un problema parecido, "es como si estuviéramos dominados por un hechizo de cuento de hadas que nos permitiera hacer lo imposible a condición de perder la capacidad de hacer lo posible".
Somos capaces de detectar el top quark, pero incapaces de proteger a los ruandeses supervivientes del hambre y la enfermedad. Incluso cuando, por las razones que fuere, abandonamos nuestra indiferencia habitual frente a las desdichas del Tercer Mundo -como ocurriera en Somalia- surge esta empecinada impotencia del poderoso.
Pero lo grave estriba en utilizar el síndrome de Somalia como coartada para la inacción y la mera observación conmiserativa. Los sentimientos morales no entienden de los dictados de la racionalidad instrumental de la humana condición; pues bien, yo también soy ruandés, ni hutu ni tutsi, ruandés.
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