La salud, en lista de espera
"Y lo mío, ¿dónde es?", vuelve a preguntar, ya mosqueado, el muchacho que espera a que le miren la vista en el ambulatorio de María Auxiliadora, uno de los más populares de Sevilla. Quienes aguardan su turno, veintitantas personas hacinadas en una pequeña sala a la que dan tres consultas, se alborotan a su alrededor. Un señor mayor y su mujer, que llevan dos horas clavados en las banquetas, le dan consejos con el tono seguro de la experiencia. "A ver, enséñame el papel". "Es que no tengo". "Vas a tener que hablar con el médico para que te dé cita". "¿Y tendré que venir otra vez?", se alarma el chico. Los otros le miran con ironía: "Claro, así es como funciona".Bastante lejos de este ambulatorio está el Centro de Salud Mairena del Aljarafe, una belleza, que lleva menos de un mes funcionando y aún no trabaja a tope como otros. La reforma de los centros de salud aún es incompleta -hay 237 establecimientos de este tipo en Andalucía- y convive con el viejo sistema de ambulatorios con especialistas y médicos de cabecera que reciben durante dos horas a docenas de pacientes y en la mayoría de los casos se convierten en simples expendedores de recetas y bajas. "El centro de salud, que parte de la idea de la sectorización", explica Olga Mateo, adjunta de enfermería, "divide a la población por zonas y a cada una le corresponde un médico y una enfermera, que llevan la medicina integral de ese sector, desde la natalidad hasta los crónicos". Hay un nutrido grupo de médicos que se niegan a incorporarse a esta moderna concepción de la atención primaria, en la que todo está centralizado, y donde el personal que atiende cumple un horario. Los médicos cimarrones prefieren aferrarse a su política de cupos, a esas dos horas en las que atienden a un ejército de enfermos. Y se les permite."¿Usted viene a tomarse la tensión?", pregunta una anciana que acaba de llegar a María Auxiliadora y se sienta al lado de la periodista, suspirando. "Ay, hija, que la mía me ha vuelto a subir, a ver cómo la tengo hoy". Pasan 10 minutos de la hora anunciada para empezar a atender a los doblemente pacientes, y una enfermera se dirige con andares garbosos a una de las tres puertas que exhiben, en carteles escritos a mano, los nombres de quienes visitan. El muchacho desorientado intenta abordarla, pero la mujer le lanza una fría mirada y él, arrepentido, se sienta de nuevo.El mayor problema para el Servicio Andaluz de Salud totalmente dependiente de laJunta- es la kilométrica lista de espera. Según el consejero José Luis García Arboleya, se ha reducido en un 30%-40%, con lo que los enfermos sólo deben tener paciencia durante seis o siete meses. Hasta hace poco había quien esperaba años. La mejora relativa no se debe a que haya más camas, sino a los conciertos con clínicas privadas para el desvío de pacientes: en 1993 fueron desviados 21.852 enfermos en toda Andalucía, con un coste adicional de 2.514 millones. "Qué mala suerte", comenta a mi lado la señora de los suspiros: "Año y pico esperando turno, y ahora que me toca que me operen de cataratas, me sube la tensión. Como no se me arregle, voy a morirme antes".
Siempre según el consejero García Arboleya, en declaraciones aireadas profusamente en los últimos días, la Junta ha gastado en sanidad cuatro billones en los 10 años que han pasado desde que se produjeron las transferencias del Gobierno. Con un déficit de 80.000 millones, que justifica diciendo que "eso significa que por cada 20 duros gastados debemos 1,5 pesetas: no es dinero". Añade que no habría que pensar en una medicina economicista, eso es impresentable, "pero la sanidad es muy cara". Aunque no puede decirse que los médicos estén bien pagados.
Tomemos un hospital enorme y paradigmático como el de la Virgen del Rocío de Sevilla, con un equipo dividido entre personal que trabaja mucho y bien -gente progresista o de derechas, pero con un alto nivel técnico y un elevado sentido de la ética- y personal que está técnicamente autojubilado o corrompido, aunque de forma inconsciente, porque su carga de trabajo son sólo dos horas diarias y si un paciente les vomita a última hora se quejan de la dureza de su labor. "Unos y otros cobran lo mismo", confiesa una fuente médica de dicho hospital. "Como cobran lo mismo -un máximo de unas 300.000 pesetas al mes- especialistas de mínima responsabilidad, gente de laboratorio o de fotografía que no tienen al paciente delante y ni siquiera han asumido la corresponsabilidad diagnóstica que los magníficos profesionales que abren corazones, llevan el monta e de la política unitaria antisida o sufren la tremenda angustia de las áreas de urgencias, por poner los casos más extremos. El sistema no ha sabido crear incertidumbre, en el sentido de que si se trabaja mal no pasa nada, y si se trabaja bien, tampoco. Todo esto está creando un conflicto, del que la víctima es el paciente". Los gestores se encuentran con que tienen que administrar unas plantillas desmesuradas e inamovibles, y una miseria no sólo de dinero, sino, sobre todo, de incapacidad para abordar un sistema desquiciado. "Es grave, porque nuestra sanidad sigue siendo muy centrípeta, gira mayormente en torno a los hospitales, con honrosas excepciones de médicos de cabecera y unos buenos logros de la reforma sanitaria en los centros de salud".
Por fin llega un joven médico a la consulta oftalmológica del María Auxiliadora, y el muchacho desorientado se abalanza sobre él. El doctor le trata amablemente, sonríe: "Ahora te visito y te doy una cita para el tratamiento". El viejo sabio de los consejos cabecea, con un "ya te lo decía yo". La señora que ha esperado año y medio a que la operen de cataratas reflexiona: "Para según qué cosas, es mejor ir a urgencias". Todos saben que las áreas de emergencia funcionan muy bien: 14.000 andaluces pasan a diario por este apartado, y muchos se quedan en observación hasta tres días en los pasillos. "Lo peor son las estancias niedias", dicen los médicos consultados. "Porque lo malo no es la enfermedad, sino lo que el paciente lleva detrás. Puedes estar segura de que, en nuestro sistema sanitario, el más pobre puede ser recogido en la calle y operado de madrugada de un aneurisma de aorta que mantenga ocupados a tres médicos durante varias horas. El problema es qué hacer con él cuando ya está bien, cuando hay que devolverle a una vivienda insalubre o a la mera nada".
El joven oftalmólogo del María Auxiliadora se ha puesto la bata y ha empezado a recibir, a un ritmo de nueve minutos por paciente que irá acortándose conforme pase el tiempo. El muchacho desorientado sale al fin con una cita para volver e iniciar el tratamiento. La gente se apretuja en los asientos y se entretiene contándose sus dolencias. El último en llegar es un hombre de edad madura: "Yo vengo a coger turno para mi señora, ¿eh?". Lo repite varias veces, con la desconfianza de los gatos escaldados.MAÑANACultura tradicional y delirios
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