La Rusia que verá Solzhenitsin
El premio Nobel de Literatura se reencuentra esta semana con el antiguo 'archipiélago Gulag' al regresar a su país
Los habitantes del pueblecito siberiano de Listvianka, a orillas del lago Baikal, no se sorprenderían lo más mínimo si dentro de algunos días vieran acercarse al escritor Alexandr Solzhenitsin por sus calles enlodadas camino de la bella iglesia ortodoxa de San Nicolás, un edificio de madera que preside la vista sobre el mayor lago del mundo. Los niños de Listvianka interrumpirían sus juegos para pedir, en inglés, goma de mascar al barbudo forastero, y la jubilada Valentina Osénkina, doctora en Ciencias Técnicas, que sobrevive gracias a la venta de cajitas de abedul a los turistas, le daría una calurosa bienvenida en su domicilio.De paso, Osénkina se quejaría de los duros que son los tiempos, de su escasa pensión de 96.000 rublos (unas 7.400 pesetas), y le contaría también su proyecto de abrir un restaurante veraniego en su patio, situado frente a la iglesia.
Listvianka está a unos 60 kilómetros de distancia de la vetusta ciudad de Irkutsk, la capital de Siberia oriental, centro tradicional de comercio de pieles y de madera.
Alexandr Solzhenitsin estuvo en Irkutsk en el año 1962, y aquí le sorprendió el telegrama de Alexandr Tvardovski, a la sazón director de la revista Novi Mir, en el que le invitaba a regresar urgentemente a Moscú.
Poco después salió publicada en aquella revista mensual Un día en la vida de Iván Denísovich, obra con la que Solzhenitsin marcó un hito en el deshielo de la época de Nikita Jruschov. Aquel telegrama de Tvardovski impidió al escritor ruso contemplar el lago Baikal y el río Yenisé¡, tal como había planeado. Hoy, Solzhenitsin, cuya vida está regida por una consecuencia sin fisuras, tiene una oportunidad para reemprender aquel viaje frustrado y quiere hacerlo. Osénkina cree incluso haber detectado a un agente del escritor, que según ella pasó en verano a explorar el camino.
Desde que Solzhenitsin fuera deportado de la URSS en febrero de 1974, han pasado más de 20 años, y la influencia del tiempo transcurrido sobre la relación del escritor con la Rusia real poscomunista es aún una incógnita.
En su domicilio de Vermont, en EE UU, en un paisaje muy parecido al ruso, Solzhenitsin ha vivido en comunión con una Rusia que existía en su recuerdo, pero no ha tenido contacto directo con la vida real, que se transforma acelerada y brutalmente. Alexandr Solzhenitsin irá sumergiéndose en Rusia poco a poco, en un periplo en tren cuyas etapas son, un secreto celosamente guardado y reservado en su conjunto para las cámaras de la televisión estatal británica (BBC).
El escritor tiene previsto llegar a Rusia en avión desde Alaska, y tras pisar el suelo patrio en Magadán, que fuera centro administrativo del Gulag (antiguo complejo de los campos de concentración) del Extremo Oriente soviético, se dirigirá, al puerto de Vladivostok, en el océano Pacífico, si se cumplen las previsiones anunciadas por Natalia, su esposa.
Desde Vladivostok, Solzhenitsin dejará que su mirada implacable de profeta se deslice por las provincias y escuchará las voces de sus compatriotas por las regiones siberianas. En su manifiesto Cómo debemos organizar Rusia, publicado en 1990, Solzhenitsin hace un alegato a favor de las provincias, que él considera como la clave del florecimiento de Rusia. En la concepción del autor, una cuarentena de centros provinciales, liberados de las dictaduras de las capitales deben actuar sobre el organismo ruso como focos de irradiación cultural y económica que asegure un desarrollo armónico del Estado. "Y esto es especialmente importante para la grande e inabarcable Siberia", que según el escritor fue mutilada por el Estado soviético desde sus orígenes. "El camino de la curación vendrá desde abajo", señalaba.
En la inmensidad de Siberia, que tiene más de 11 millones de kilómetros cuadrados y se extiende desde los Urales hasta el Pacífico, son muchos los lugares que el hijo pródigo podría visitar para tomarle el pulso moral y económico a Rusia. Está, por ejemplo, la ciudad de Krasnoyarsk, situada sobre el Yeniséi, donde vive el novelista Víktor Astáfiev, de 70 años de edad, que ha asumido ya el papel de conciencia cívica que los rusos exigen a sus escritores. Astáfiev, que es miembro del Consejo Presidencial de Borís Yeltsin, ha sabido quedarse al margen de las polémicas sobre las esencias rusas que enfrentan a los intelectuales de este país desde hace más de un siglo.
Se ha distanciado así de otra gran figura de la literatura rusa, Valentín Rasputin, que reside en Irkutsk y que milita en el nacionalismo conservador. En los primeros años de la perestroika de Mijail Gorbachov, Rasputin desempeñó a su vez el papel de conciencia cívica con la aposionada defensa de la ecología del lago Baikal, contaminado por la industria papelera.
Hace diez años, cuando los profesionales de la literatura soviética se desmarcaban del maldito Solzhenitsin, Víktor Astáfiev tuvo el coraje de defenderlo abiertamente y de abogar por su retorno frente a funcionarios del KGB (Comité de Seguridad del Estado), según manifestaba la escritora de Irkutsk Neli Matjánova. "El Archipiélago Gulag es como la Biblia. Creo que todos los rusos deberían tener sobre la mesilla de noche ambas obras", opina Matjánova, que dice inclinarse respetuosamente ante el gran escritor ruso que regresa a la patria.
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