Un tesoro al borde del naufragio
La indiferencia social y la apatía política estrangulan la primera pinacoteca española
Á. GARCÍA R. GARCÍA "En los 10.000 metros cuadrados de cubierta del Museo del Prado hay 15 materiales diferentes, entre los que no falta la cinta aislante. Mientras esto no se solucione, las goteras pueden seguir cayendo sobre cualquier obra maestra del Prado. Hay que ejecutar urgentísimamente un proyecto global de cambio en la cubierta y encamonado del edificio para proteger este tesoro". Así de tajante se muestra el presidente del patronato del Prado, José Antonio Fernández Ordóñez, que encabeza una batalla casi personal para recuperar una solidez similar a la de las cubiertas de plomo que Villanueva diseñó para el palacio.
Pero no es sólo el tejado. Desde el momento en el que un visitante entra en el Prado, al contrario de otros grandes museos de similar o inferior categoría, se encontrará con un ropero minúsculo, incapaz de guardar las mochilas de un curso de 30 estudiantes de un colegio cualquiera. Un problema que habitualmente se soluciona dejando a un sufrido chaval vigilando la montaña de carteras. Si es un día lluvioso, la catástrofe puede ser total. Sólo hay espacio para 20 paraguas, y el visitante puede optar por abandonar el objeto protector de la lluvia en la calle o esperar a visitar el museo en un día de sol. Si la jornada lluviosa hubiera coincidido el año pasado con las 17.000 visitas que se registraron en un día, no se sabe lo que hubiera pasado.
Una vez que se consigue entrar, en el recorrido puede sorprender la acumulación de papelitos, chicles o palomitas sin que los vigilantes doblen la espalda para despejar el suelo. Es una tarea del servicio de limpieza, y ningún empleado que no tenga esa función específica osará resolver un trabajo ajeno a su cargo. Exactamente ésta fue la situación que se produjo cuando el agua chorreó junto a Las meninas, de Velázquez. Era sábado y no había ningún empleado cuyo trabajo consistiera exactamente en colocar un balde bajo la gotera. Esto es solo una muestra del paisaje interior que dificulta el funcionamiento del museo de pintura antigua más importante del mundo.
Presupuesto irrisorio
Pero para resolver estos problemas tan urgentes como aparentemente caseros se necesita dinero, como lamenta Fernández Ordóñez. Y el Museo del Prado tiene el presupuesto congelado desde 1986: 2.300 millones de pesetas. Una cantidad irrisoria si se tiene en cuenta que el Louvre dispone de 180.000 millones de pesetas al año. Hasta el Centro de Arte Reina Sofía supera, con casi 3.000 millones, el dinero del Prado. El presidente del patronato añade que en 1986 el personal (450 funcionarios) acaparaba el 60% de ese presupuesto, pero actualmente este capítulo se lleva el 90%.
Matías Díaz Padrón, conservador de pintura flamenca, una de las pocas personas entrevistadas que no exige ocultar su nombre para hacer declaraciones, lamenta que un museo de esta categoría no propicie la investigación y formación de jóvenes profesionales, algo fundamental para el futuro de cualquier centro museístico. "Calvo Serraller [director del Prado hasta la semana pasada, en la que presentó su dimisión] inició esta importante labor a través de la Escuela del Prado, única garantía de continuidad. Su destino es ahora una incógnita".
No es sólo la investigación. Especialistas y conocedores de los más importantes centros museísticos del mundo se echan las manos a la cabeza ante la falta en el Prado de un departamento de exposiciones que apoye la labor de comisarios y conservadores, la ausencia de una auténtica sección de publicaciones que coordine la línea de investigación y los catálogos del museo, de la miseria del departamento de comunicación -un auténtico cuchitril con el baño atestado de archivadores- que imposibilita desarrollar el digno papel que las instituciones internacionales reclaman a este centro.
Un alto funcionario de la pinacoteca resume la búsqueda de soluciones a la larga enfermedad que arrastra el Prado diciendo que la única salida es la declaración de "ente público" para el museo, una propuesta que ya hizo en su momento Javier Solana cuando ocupó la cartera de Cultura. Esto permitiría tener la capacidad de contratar expertos para tareas concretas, promocionar a funcionarios y acabar con la inmovilidad administrativa del centro, que permite situaciones tan exóticas como la existencia de seis "conservadores laborales por magistratura a extinguir". Esta curiosa figura surgió ante la presentación de una demanda ante la magistratura de un trabajador con muchos años en el Prado, ante la que el propio magistrado no tuvo más remedio que poner la coletilla "a extinguir", consciente de que así resolvía una situación insólita.
Menos amores
"Todos los españoles dicen amar Prado, pero son muy pocos los que de verdad lo aman", dice Fernández Ordóñez, para quien las cifras cantan. De los 1,5 millones de visitantes que el museo tuvo el año pasado, sólo un 40% eran españoles, y de ellos, alrededor de un 20% eran estudiantes obligados por sus maestros a conocer la historia de España a través de una clase de arte en directo. En definitiva, únicamente 200.000 españoles adultos visitaron en 1993, libre y gratuitamente, el Prado, frente a los 900.000 extranjeros que pagaron por su entrada 400 pesetas. No se sabe lo que pasará a partir del 1 de julio, cuando los españoles se vean obligados a pagar la misma cantidad que los foráneos.
Cuando el recorrido concluye, el que se quiera llevar algún recuerdo significativo del Prado va listo. El exiguo espacio dedicado a tienda ni siquiera contiene todas las publicaciones del museo. Unos cuantos libros, unas postales y una exótica colección de pins es todo lo que se le ofrece al comprador.
Babelia
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