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¿Hacia la normalización de los tebeos?

El Salón del Cómic de Barcelona. ha cerrado sus puertas batiendo récords de asistencia y dando, una vez más, la impresión de que la industria de los tebeos está consolidada y goza de buena salud. Eso pensaba cualquiera que observara las largas colas que se montaban frente a la estación de Francia y las masas que ocupaban el recinto. Pero para Joan Navarro, secretario del salón y director editorial de Glénat España, el asunto adquiere tintes de paradoja: "Hemos conseguido que durante cuatro días al año todo el mundo se interese por los tebeos. Este salón es como el día del libro, cuando todo hijo de vecino compra una novela y se olvida de seguirlo haciendo durante el resto del año. Cuatro días de locura por los cómics y luego si te he visto no me acuerdo".Esta reflexión, tan triste como lúcida, es absolutamente cierta. No se corresponde el aparente interés popular por los tebeos con las ventas que se registran en el sector. En ese sentido, el salón de Barcelona tiene mucho de espejismo. Cualquiera que lo visite se quedará con la impresión de que esto de los cómics es, un chollo, un éxito, el negocio del siglo. Pero esa impresión es, lamentablemente, falsa. La tirada media de un álbum en España sigue sin superar los 3.000 ejemplares (en Francia esa tirada media es de 30.000) y las revistas especializadas pueden vender entre 10.000 y 20.000 números. Eso las que tienen suerte. Las que no, directamente, se hunden.

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El éxito del salón tiene más que ver con el tono lúdico-festivo del asunto que con un genuino interés de la sociedad por los cómics. En. el salón, por 500 pesetas, puede uno tener entretenidos a los críos toda una tarde gracias a las variopintas casetas, las exposiciones y la presencia de los autores. Pero una vez acabado el salón, los aficionados vuelven al gueto y la sociedad se desinteresa del extraño mundo de los dibujitos.

De todas maneras, más vale eso que nada, aunque la puesta en práctica del salón adquiera cada año tintes de heroísmo: la situación económica es siempre precaria y no todas las entidades subvencionadoras se comportan: la Generalitat aún no ha hecho efectivo el pago de su contribución a la edición de 1993. Los editores, por su parte, tienen tendencia a considerar el salón más como una buena manera de hacer un negocio rápido que como un sistema de consolidación del sector.

A trancas y barrancas el Salón del Cómic de Barcelona posigue su andadura. Pero a menudo da la impresión de que la sociedad que lo alberga lo considera una rareza entrañable, una chaladura divertida que hay que tolerar, y no una muestra más de la creatividad cultural nacional.

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