Mandela: “Ahora soy un ser humano”
Soweto, como toda Suráfrica, vota para enterrar el 'apartheid'. Los negros del inmenso gueto de Soweto se emocionan al depositar, por primera vez en su vida, la papeleta de voto
La pobreza y la abundancia van de la mano en Soweto, que ayer volvió a demostrar que es la capital moral de la Suráfrica democrática. Lo dijo uno de los electores negros que esperaron pacientemente durante horas su oportunidad para votar: "Ahora soy un ser humano". No hay una varita mágica que pueda dar un radical lavado de cara a este gueto que, dicen, acoge a dos millones de personas a sólo 20 kilómetros de Johanesburgo. Soweto cavaba ayer, como toda Suráfrica, la tumba del apartheid, el sistema racista que oprimió a la mayoría negra durante tres siglos y cuya agonía, en los últimos años, se ha cobrado más de 10.000 vidas. Hoy está previsto que terminen las primeras elecciones libres.
Este gueto de Johanesburgo sigue siendo el gigantesco laberinto que sólo saben interpretar quienes lo viven cada día. Las calzadas están asfaltadas, pero no hay aceras ni señales de tráfico y las viviendas se levantan sin aparente orden ni concierto, alternándose los cómodos chalés con otras que no pasan de cubículos. Los animales pastan donde pueden y un cerdo hocica en la basura.
La iglesia anglicana de la Santa Cruz es una de las más grandes de Soweto, un edificio pintado de gris, con orgulloso campanario, que remata una cuesta en un cruce de caminos en Orlando Occidental, uno de los barrios emblemáticos de gueto: en Orlando Occidental vivía Winnie Mandela cuando no estaba sometida a destierro interior y allí tuvo su casa el liberado Nelson Mandela antes de irse a vivir a Johanesburgo; es el barrio en el que aún viven Walter Sisulu, el octogenario presidente del Congreso Nacional Africano (ANC), y su mujer, y es el lugar en que, frente a la iglesia, se eleva un discreto monumento en mármol rosa en memoria de Hector Peterson, la primera víctima mortal del alzamiento estudiantil de junio de 1976 contra la dictadura cultural y política del régimen racista de Pretoria, rebelión que inscribió con sangre el nombre de Soweto en el alma de toda la nación.
Allí y ayer, en el colegio electoral en que se convirtió la iglesia, depositaron por primera vez su esperanzado sufragio miles de negros de toda pinta y condición, cultivados e ignorantes, jóvenes y mayores, acomodados y míseros. Y allí apareció para votar a las 9.30 horas el ministro de Asuntos Exteriores, Roelof Botha, para sorpresa de todos. "Es normal", tuvo el valor de decir, "la ley permite votar en cualquier sitio. Por primera vez podemos votar sin mala conciencia".
Quienes llevaban horas esperando se quedaron estupefactos cuando se enteraron de quién se les colaba. Pero se convirtieron en papamoscas cuando al poco se presentó el propio presidente Frederik W. de Klerk, que ya había votado en Pretoria. De Klerk inspeccionó un rato el colegio electoral y después partió por donde había venido entre gritos de "¡Adios, gracias por marcharte!, ¡Vete a descansar ya de una vez!". Eran protestas jocosas, sin asomo de amargura. Una mujer llegó a gritarle "¡te quiero!", pero cuando se le preguntó si esa pasión se iba a reflejar en las urnas, respondió un incuestionable: "No".
La mayoría de quienes hacían cola no se sintieron burlados por la visita de los dos dirigentes del Partido Nacional. Sibongile y Ntombi, dos modernas de Soweto, veían la visita como una "muestra más de que Suráfrica está cambiando". "Gusta ver a gente importante por aquí, especialmente con un cargo tan alto", comentaron cuando estaban a punto de entrar a votar tras cinco horas de espera. "Es el día más feliz de nuestras vidas. Estamos haciendo historia".
Poco antes que ellas, había depositado su voto un hombre chaparro y humildemente vestido para el que la cita con la urna no podía tener mayor significado: "Ahora soy un ser humano". Ni las dos jóvenes estudiantes ni él quisieron revelar por quién habían votado. El "mi voto es mi secreto" estaba en todas las bocas.
A la iglesia de la Santa Cruz se acercó a votar el rockero Sipho Hotsticks Mabuse, simpatizante del ANC: gafas de sol, pelo engominado y vestido de blanco de arriba a abajo. Hotsticks tiene 42 años y dice que "no esperaba llegar a ver este día". Y bromea: "He estado toda la noche sin dormir por si acaso se me pasaba la hora de depositar la papeleta". Ya en serio agregó: "Me gustaría que mi padre, que murió hace cinco años, me hubiese visto votar".
No lejos de él estaba Petty, una estudiante que se levantó a las cinco de la mañana, a las seis y media estaba en la cola y aún tuvo que esperar tres horas más para poder ejercer su derecho porque no habían llegado las papeletas.
Los problemas logísticos de esta consulta sin precedentes en Suráfrica saltaban a la vista en Soweto: miles de personas esperaban silenciosas y pacientemente, con esa calma que sólo es capaz de derrochar Suráfrica, ante el vecino Tío Tom Hall para recibir una identificación provisional con la que poder votar. Cuando les quedaban infinitas horas para poder vivir la más ansiada experiencia de sus vidas, la cola para llegar a la iglesia volvió a detenerse. El contratiempo era ahora que las urnas estaban reventando y no admitían más votos. Ha bía que esperar a que trajeran otras.
Baluarte zulú
Las colas electorales eran visibles por todo Soweto y en una de las conflictivas residencias para in migrantes zulúes, cientos de hombres y mujeres esperaban en fila india su turno. La atmósfera relajada que se respiraba en los alrededores de la iglesia de la Santa Cruz se convertía en pesa da y densa en el misérrimo colegio electoral de Dube Hostel.
Los electores hacían cola en silencio, muy pegados unos a otros, y, nuevamente, uno de los pocos que hablaba inglés repitió el mantra de "mi voto es mi secreto", aunque al cabo de un rato reconoció: "Si estás aquí es porque te imaginas lo que vamos a votar. Aquí casi todos vamos a votar lo mismo".
Pegado en la pared exterior del barracón que hacía de colegio electoral, una papeleta de muestra tenía marcado el aspa en el cuadro correspondiente al Partido de la Libertad Inkatha.
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