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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las oquedades de la fama

En El cielo sobre Berlín, la altísima calidad de algunos ingredientes -la incomparable fotografía de Henri Alekan, el mágico texto de Peter Handke, la pegadiza inspiración de Peter Falk y Bruno Ganz- convertían una película fallida, en algo, no obstante, digno de verse, pese a que contenía zonas infumables.Ahora, en ¡Tan lejos, tan cerca' el celebérrimo -es así de irremediable la presión de la oquedad de algunos nombres en los escaparates del cine- cineasta alemán reemprende la aventura de sus angelitos berlineses, y lo hace esta vez sin cubrirse las espaldas con el genio de Alekan y de Handke, y con el de Falk apagado por la evidente falta de fe del actor en lo que el guión le obliga a hacer.

¡Tan lejos, tan cerca!

Dirección: Wim Wenders. Guión: Wenders, U. Zieger, R. Reitinger. Fotografía: J. Jürges. Música: L. Petitgrand. Alemania, 1993.Intérpretes: Otto Sander, Peter Falk, Horst Buchholz, Nastassja Kinski, Heinz Rühman, Bruno Gartz, Solveig Dommartin, Lou Reed, Willem Dafoe. Estreno en Madrid: Alphaville.

Por consiguiente, la nueva historia queda a merced de un Wenders excesivamente confiado en sus fuerzas y -pese a contar con un reparto de lujo- la zona endeble de la primera película anega la totalidad de ésta. El resultado es un pastel de esa belleza amuñecada que llamamos lo bonito, y para mayor inri, impregnado de trascendentalismo.

De ahí que el residuo final que deja en la memoria esta obra sabe a hueco, cursilón, pretencioso, aburrido y, por tanto, insignificante, pese a que en el fondo de la imagen estén algunos signos esenciales de la mutación de una ciudad que mueve hoy otra mutación de más calado en la historia europea: la caída del muro que sostenía el precario equilibrio de la guerra fría y la presencia del autor de derrumbe: ni más ni menos que Mijaíl Gorbachov, metido en una ficción que él protagonizó.

La fuerza inerte de la nombradía es tan activa en los pasteleos de los festivales de cine que ¡Tan lejos, tan cerca! se llevó un premio importante en el último Festival de Cannes. La bronca que siguió a esta proclamación fue indescriptible: las aclamaciones de unas docenas de incondicionales de Wender fue engullida por uno de los mayores abucheos en que este cronista ha participado.

Y nada que añadir a esta ráfaga de memoria de la indignación, salvo dar a quienes acudan a ver ¡Tan lejos, tan cerca! ahora, la enhorabuena: van a ver dos horas y veinte minutos de metraje; es decir, tres cuartos de hora menos que el padecido en Cannes. Wenders, que aunque filme bobadas no es bobo, intuyó que las más de tres horas de vacío cinematográfico rompían otro muro, el de la paciencia del espectador. Peinó el filme, y eso gana quien vaya a verlo: casi una hora menos de tedio.

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